Cuerpo y mente: un enfoque integral

En cierta ocasión un paciente hipertenso me comentó: “a mí me sube la tensión sólo cuando tengo problemas”. Otro paciente diabético refería: “he comprobado que el azúcar se me dispara cuando estoy nervioso”. Estas descripciones no son hechos aislados, sino solamente un par de ejemplos sacados de los muchos que cada día escucho en consulta y que nos muestran de forma inequívoca la relación entre los estados emocionales y las respuestas corporales. 

Hace ya bastante tiempo que se ha comprobado científicamente el modo en el que cuerpo y consciencia se influyen mutuamente. Dicha interrelación demuestra y, en ciertos casos determina, la modificación de diferentes parámetros de salud biológica en relación al estado psicoemocional de la persona. Es decir, la mente y el cuerpo forman una realidad inseparable en la que, a través de diversos mecanismos neurológicos, energéticos y hormonales, se influyen mutuamente.

Pero esta obviedad que, como dije antes, ha sido constatada actualmente por numerosos estudios científicos, luego no se traduce en la práctica clínica diaria a través de las correspondientes prescripciones.

La mayoría de los médicos conocen y admiten la interrelación cuerpo-consciencia. Sin embargo, finalmente, acabarán recetando sólo unas pastillas para la tensión o unas pastillas para el azúcar, sin tener en cuenta el modo en el que el aspecto emocional influye en estos parámetros, ni realizando ningún tipo de indicación para mostrar al paciente la forma de solucionar estas cuestiones.

Quiero destacar que, por supuesto que hay que recetar las pastillas para la tensión, el azúcar o aquellas otras que sean necesarias, pero el tratamiento de cada paciente, tal como yo lo concibo, no debiera solamente quedarse en lo sintomático, sino tratar de tener un enfoque más integral, más global, y abarcando los distintos aspectos del ser. No existe una salud por partes, es decir, un cuerpo sano y una mente enferma. ¡Enfermamos y sanamos globalmente!

En algunos casos, hay profesionales que además de lo anterior también prescribirán tranquilizantes, si es que observa que el paciente se encuentra especialmente tenso, nervioso o demasiado estresado. Esto tampoco está mal, pero sigue siendo insuficiente, ya que no se le planteará al paciente la posibilidad de enfocar el tratamiento a un nivel más profundo, es decir, hacer algo que le ayude a disminuir el impacto que la somatización emocional produce en su cuerpo.

Cuando tenemos claro que hay que tratar también la dimensión emocional para intentar mejorar las posibles somatizaciones corporales, pocas cosas son más efectivas que el aprendizaje. Será necesario, pues, realizar un proceso de aprendizaje en el que incorporemos estrategias útiles para saber gestionar dichas emociones de una forma apropiada. Pero ¿cómo hacerlo?

Lo primero que deberíamos tener claro es que, como cualquier aprendizaje,  requiere tiempo, esfuerzo y disciplina por parte del alumno. También es necesario un conjunto de enseñanzas útiles y con un diseño pedagógico apropiado para alcanzar los objetivos propuestos. 

Quisiera señalar que las recetas fáciles y rápidas no suelen ser efectivas. He de decir que me gustaría que lo fuesen, pero después de más de cuarenta años de experiencia, he comprobado que no funcionan las recetas mágicas y rápidas.  Tampoco funcionan los consejos simplones como aquello de “usted tiene que relajarse”. Sin embargo, sí que son especialmente útiles todos aquellos aprendizajes que nos llevan a conocernos mejor y que incrementan el nivel de recursos y habilidades de cada sujeto para hacer frente a la gestión adecuada de su mundo emocional.

Podría decirse que el paciente ha de transformarse en “alumno” para asimilar y para incorporar aquellos recursos que le ayudarán a gestionar mejor el estrés y  a modular las exacerbadas respuestas emocionales que le perjudican. Puedo afirmar que muchos pacientes-alumnos ya lo han experimentado a través del Entrenamiento Sofrodynámico y que, gracias a dicho entrenamiento, consiguieron regularizar sus parámetros biológicos, disminuir la dosis de su medicación convencional y, sobre todo, mejorar su calidad vida.

Sería deseable que el conocimiento que hoy día poseemos acerca del modo en el que el cuerpo y la mente se influyen mutuamente, diera lugar a una visión mucho más amplia, certera y ajustada a la realidad del paciente, a la hora de realizar las prescripciones para cada caso.

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