En estos últimos tiempos está bastante de moda la aplicación de protocolos de actuación previamente establecidos para diversos casos concretos en muchas y diferentes disciplinas. Resulta lógico que haya un protocolo de actuación para afrontar acontecimientos diversos como siniestros, catástrofes, intervenciones de los bomberos, etc.
La medicina no ha sido ajena a dicha tendencia y con frecuencia se suelen prescribir pruebas diagnósticas o establecer tratamientos, no tanto por lo que se observa en cada momento sino “por protocolo”.
Algunos compañeros médicos en conversaciones privadas me han comentado que en muchas ocasiones no lo ven claro, pero que tienen que tomar determinadas decisiones, simplemente, “por protocolo”. También me confiesan que esto mismo no lo comentan públicamente para evitar ser estigmatizados en su servicio.
Esta misma mañana me ha comentado una paciente oncológica que según su especialista no habría que darle quimioterapia, pero como su tumor sobrepasa en un milímetro el tamaño establecido para no hacerla, pues que “por protocolo” se la van a dar.
Hoy día se practica una medicina de tipo defensivo, más preocupada por que no te demanden que por actuar según el propio criterio del profesional, los protocolos son como la tabla de salvación que te aseguran que no tendrás problema. Si sigues el protocolo y el paciente se muere, no pasa nada, ya que has seguido todo los pasos que la oficialidad recomienda. Pero si sucede el mismo desenlace sin haberse ajustado al mencionado protocolo, entonces puedes meterte en un buen lio. De ahí que muchos compañeros queden atrapados en la rutina protocolizada en lugar de abrirse a uno de los elementos más fundamentales de todo saber médico, la atenta observación clínica de la individualidad de cada paciente y la actuación según criterio.
Personalmente reconozco la importancia que tiene el que haya situaciones en las que la actuación se encuentra perfectamente protocolizada, pero si la persona que ha de practicar el “Ars médica” no tiene la suficiente libertad para saltarse alguno de estos protocolos basándose en la individualidad del caso, junto con su propia experiencia y el buen criterio del médico, mal andamos entonces.
Hay algo que no ha de olvidarse en medicina y es la individualidad de cada sujeto. Esto significa que lo que a una persona le va bien a otra le sienta mal. Hoy día hablamos de polimorfismos genéticos para hacer referencia al fundamento molecular de estas peculiaridades en las diferentes respuestas de las personas a los tratamientos propuestos. Dichos polimorfismos, junto con otros factores, son los responsables de que las respuestas individuales de los sujetos a los medicamentos sea única y, muchas veces, diferentes. De tal manera que un mismo producto puede ser eficaz para una persona, ineficaz para otra y tóxica para una tercera.
La relación entre los diferentes polimorfismos genéticos y los medicamentos que se prescriben ha dado lugar al nacimiento de una nueva disciplina conocida como farmacogenética, a la que, según mi humilde criterio, le auguro un futuro prometedor.
Además del aspecto genético existen otros factores que muchas veces no son tenidos en cuenta y que pueden ocasionar que un protocolo convencionalmente establecido no funcione o incluso sea perjudicial. Entre dichos factores tenemos el nivel social y cultural del paciente y de su contexto. Una enfermera me comentaba indignada como el médico de su servicio se había empeñado en aplicar determinado protocolo terapéutico muy correcto pero excesivamente complejo y complicado, a un sujeto que por su nivel cultural y el de sus cuidadores, se encontraban incapacitados para entederlo. Decía esta señora “es que este médico es de piñón fijo”. Y un médico puede ser muchas cosas, pero, precisamente de “piñón fijo”, no es lo más conveniente ni para él ni para los pacientes. Técnicamente, en un sujeto ideal, dicho tratamiento estaba perfectamente indicado según el protocolo. Hasta ahí nada que objetar. Pero aplicado a un caso real, con un sujeto concreto, con unas limitaciones evidentes, el mismo tratamiento se transforma en un craso error.
La medicina es una disciplina que si quiere ser bien practicada ha de aunar al mismo tiempo la noción de ciencia y la de arte.
Que hoy día la medicina sea un acto terapéutico que busque la más sólida fundamentación científica es algo indiscutible. El que perdamos los papeles, presos de rigideces innecesarias y olvidemos la faceta de “arte” que ha de tener todo acto médico es, francamente, contraproducente.
Se me dijo en la facultad “no hay enfermedades sino enfermos”. Pero hoy día la medicina ha llegado a tal punto que habría que cambiar la formulación y decir, señores «no hay enfermedades, ni enfermos, hay protocolos”.
Mi opinión sobre este asunto se ve resumida en el título, “protocolos sí, rigideces no”.
Os invito a expresar vuestras opiniones al respecto.
Reblogueó esto en LUZ EN AGORA.
Gracias mil Armando,como siempre haces grande la palabra médico,brillante y un placer leerte y disfrutar de tus opiniones y que compartas con nosotros tu experiencia profesional y muy humana.
Un fuerte abrazo
Muchas gracias, Alicia, por tu opinión y por tus amables palabras. Espero seguir compartiendo lo que la vida, a través de mi profesión, me enseña en el día a día