A veces he fantaseado con la idea de que en un sillón, junto a mí, pudiera tener por unos días al espíritu de Sócrates, para así poder escuchar sus consejos y sabias apreciaciones acerca de la naturaleza profunda de los seres humanos, cosa fascinante donde las haya.
Y he escogido como acompañante de sillón a un filósofo, que no a un médico, porque en este caso me intriga más lo concerniente a la sabiduría sobre la esencia última de las cosas, que es la meta que persigue toda filosofía. Pero si hubiese tenido que elegir como acompañante a un médico, habría elegido, como no, a Hipócrates de Cos, que para eso es el Padre de la Medicina Occidental. Puede apreciarse mi tendencia natural a la cultura clásica del mundo antiguo, ya que los griegos nos legaron un conocimiento que, en muchos aspectos, todavía no hemos llegado a superar.
He de confesar que raro es el día que no me acuerdo del bueno de Sócrates, no sólo por aquello de la Mayéutica o el arte de hacer preguntas que tanto me fascina, sino por uno de los pasajes del “Primer Alcibíades” escrito por Platón. Me refiero a esa parte del texto en la que el sabio ateniense va realizando preguntas a Alcibíades en las que le muestra que cuando se delibera sobre un asunto es conveniente preguntar a aquellos que saben de la materia en cuestión. Así, en uno de sus pasajes dice “y si los atenienses deliberasen sobre la salud de los ciudadanos, ¿no buscarían un médico para consultarle, sin averiguar si es rico o es pobre?”, a lo que contesta Alcibíades, “eso es bien seguro”. Posiblemente esto fuese cierto en la Grecia de Sócrates, pero en la España actual es más que dudoso.
Porque cuando nace un bebé en nuestro país, además del consabido pan debajo del brazo, el neonato trae de serie dos profesiones inherentes a todo buen español que se precie, una es la de seleccionador del futbol y la otra la de terapeuta versado entonas as especialidades. Y lo curioso del caso es que, sin necesidad de titulación alguna, en uno u otro momento de su vida, las ejercerá.
Por tanto, cuando tienes una duda de salud, ¿quién habrá de resolverla el médico que sabe de eso? ¡No hombre, que va! ¡Pues tu vecina!, como en el caso que relataré a continuación.
El otro día, sin ir más lejos, me comenta una jovencita con un problema cutáneo, -estoy liada con lo de ir a la playa o no, porque unos dicen una cosa y otros otra-. Le pregunto, -quién dice que vayas-, me contesta – el dermatólogo-. Y quién te dice que no vayas- continúo preguntando; -mi vecina-, responde ella. La miro fijamente y vuelvo a cuestionarle, -entonces, en los asuntos de salud de tu piel, ¿le harás caso al dermatólogo o a tu vecina? Sonríe levemente y, como chica inteligente que era, cae en la cuenta del tema.
¿Qué sabrá ese batato de dermatólogo de cosas de la piel que no sepa una buena vecina?
Y es que una vecina, cuyo curriculum académico y profesional no es más que ese, lo de ser vecina, es capaz de confrontar su sapiencia en cuestiones cutáneas, sin despeinarse lo más mínimo, con cualquier dermatólogo colegiado, ya que al fin y al cabo éste no es más que una persona que sólo ha hecho seis años de medicina y cinco de especialidad, a parte de sus años de experiencia.
He de aclarar que los profesionales nos equivocamos, y también que hay muchas cosas que desconocemos. No apelo a la infalibilidad de los profesionales de cualquier tipo, sino al sentido común.
Es en ocasiones como la descrita, tal como dije antes, me viene a la mente el bueno de Sócrates y la indiscutible razón que tenía cuando le preguntaba a Alcibíades a cerca de a quien pediría consejo sobre distintas cosas, y la respuesta era siempre bien sencilla, pues al que entiende del asunto.
Pero el problema no son sólo las vecinas, que las hay muy simpáticas y apañadas, sino aquellos que les dan crédito y valoran más una marujil prescripción que la de un profesional bien formado.
A lo mejor es que, como soy mayor, pues caigo en las simplezas de que las muelas me las arregle el dentista y las tuberías de casa el fontanero, y no al revés.
No sé si Sócrates tenía vecinas como la del caso que relato. Quiero pensar que no. Y tal vez por eso Platón, que era filósofo, dedicó sus escritos a recoger las palabras de su maestro (que también era filósofo) y no escribió nada acerca de las opiniones de la vecina.