Soberanía emocional

libertad emocional

La soberanía emocional ha de ser conquistada por cada uno

¿Te percibes como una persona emocionalmente libre o más bien como alguien emocionalmente dependiente de otros?

Esta es una pregunta que deberíamos responder si queremos conseguir una cierta salud y estabilidad emocional.

Con frecuencia soy testigo de relatos en los que algunas personas culpan de sus desgracias actuales a la relación que mantuvieron con sus padres o con otros miembros de la familia desde la infancia, o a las relaciones que mantienen con sus parejas, con sus amigos, etc. Es algo así como que “la culpa  de que me sienta mal la tiene el otro”.

No entro a valorar cuanto de verdad hay en esos planteamientos de culpabilizar a los demás o cuanto de fantasía, aunque los trabajos realizados por la psiquiatra Elisabeth Loftus acerca de los engaños de la memoria me lleva a pensar que pudiera haber más de lo segundo que de lo primero.

He de decir, también, que no seré yo quien niegue la importancia que tienen los primeros años de vida o las relaciones en el núcleo familia para el desarrollo emocional del sujeto. Pero tampoco seré yo quien reste valor a la posibilidad de manejar las riendas de tu existencia en el momento presente, sin necesidad de culpabilizar a nada ni a nadie de tus desgracias personales.

Para ello, simplemente, hemos de conectar con nuestro propio poder personal, ese poder que nos permite ser soberanos de nosotros mismos y de nuestras propias decisiones, en lugar de esclavos dependiente emocionalmente de la aprobación o del cariño de otras personas.

Si hubiésemos redactado, al igual que lo hacen los estados, una Carta Magna de las  emociones, una especie de “Constitución Emocional”, creo que en su artículo primero diría algo así como “la soberanía emocional ha de residir en el propio sujeto”; y el articulo segundo podría continuar diciendo, “la renuncia a la propia soberanía emocional hará que te conviertas en un esclavo dependiente emocionalmente de otros o en una víctima del destino”.

Así que, si decidimos ser los dueños de nuestra propio destino, lo primero que deberíamos hacer es no renunciar a nuestra propia soberanía. El hecho de que muchas personas lo hagan sigue siendo un misterio cargado de oscuras y, en ocasiones, indescifrables razones.

Tomar las riendas de tu destino significa que te sientes digno y merecedor de un presente en paz y un futuro mejor. También quiere decir que has decidido hacer todo lo posible para dejar de sufrir inútilmente o, cómo dice Helen Lucke, has decidido dejar atrás el “sufrimiento neurótico”.

Pero además de las razones psicológicas individuales, es posible que existan también razones sociales o colectivas que expliquen esta sobreabundancia de personas que renuncian a su propia soberanía emocional. Y es que una persona segura de si misma, sin ataduras ni dependencias, es difícilmente manipulable, y esto, como todo el mundo sabe, es peligroso para ciertos tipos de poder.

Tal vez por eso, los modelos psicológicos basados en el desvalimiento, en el trauma o en el “pobrecito de mi”, suelen ser más populares que aquellos otros que proponen mandar a la porra al  mencionado trauma, así como también a las complejas constelaciones emocionales de los ancestros que algunos preconizan que son los responsables de que nos sintamos emocionalmente limitados en nuestros días.

Y aunque me sienta miembro de la humanidad y heredero genético y cultural de todo lo acontecido  en el mundo desde el Autrolopitecus erectus hasta nuestros días, me niego a conceder mi soberanía emocional a las supuestas perturbaciones familiares y emocionales de algún tío abuelo o tía abuela, a quienes no  tuve el gusto de conocer.

Hace mucho que decidí dar pasaporte y largar con viento fresco a todas aquellas propuestas y modelos que tratan de socavar mi soberanía emocional o mi autoestima.

Y como soy consciente de que, al fin y al cabo, todas esta historias no son más que construcciones mentales, me parece más práctico apostar por mantener aquellas que me permiten crecer y sentirme libre en lugar de aquellas otras que me limitan y me estancan.

Así que, como podría decir el artículo tercero de esta supuesta “Constitución Emocional: “No dejes a nadie que te arrebate tu soberanía. ¡Lucha por ella!”

Un pensamiento en “Soberanía emocional

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