Algunas veces nos planteamos cuestiones que podríamos llamar especulativas a las que dedicamos tiempo y esfuerzo mental, otras muchas veces le damos vueltas a la cabeza para responder a asuntos de tipo práctico que tienen una inmediata traducción en la vida diaria.
Hay quienes piensan que reflexionar sobre el sentido de la existencia entra dentro del primer grupo, de los aspectos especulativos porque les suena a algo filosófico, incluso metafísico, y alejado de la vida diaria.
Sin embargo, sabemos que encontrar el sentido de la existencia no es nada especulativo, sino una necesidad básica para el ser humano. Pero son demasiados quienes evitan abordar este asunto como debieran, quienes hacen oídos sordos o piensan que no les merece la pena “comerse tanto el coco”.
Tal vez por eso, como respuesta a esa mayoritaria tendencia, tal vez haya que remarcar con suficiente énfasis que encontrar el sentido de la vida es una de las cuestiones más prácticas que podamos hacer, ya que incide directamente en todo lo que pensamos, sentimos y, por supuesto, hacemos.
Desde tiempos remotos, todas las culturas y civilizaciones han tratado de dar respuestas a este asunto, muchas veces a través de las llamadas Tradiciones Espirituales.
En nuestra cultura, uno de los grandes exploradores del sentido de la existencia humana, ha sido el psiquiatra austriaco Víctor Frankl, creador de la Logoterapia. Para él, el sentido de la existencia no era algo conferido al ser humano, sino que debía ser descubierto a través de un trabajo de tipo personal.
Durante su experiencia como prisionero en un campo de concentración nazi, descubre y afirma que nuestra única posesión es “nuestra existencia desnuda”. La sensación de vacío existencial, es decir, el desconocimiento o la pérdida de contacto con lo que la vida significa, es uno de los males que con mayor intensidad aquejan a los seres humanos de esta época. Evidentemente encontrar el sentido de nuestra vida es el mejor antídoto que pudiéramos conseguir para hacer frente a dicha sensación de vacío existencial.
Para Frankl la esencia íntima de la existencia humana está en su capacidad de ser responsable de su propia vida, decidiendo cada cual ante su consciencia, la sociedad o ante Dios, en el caso e los creyentes.
Pero el sentido de nuestra vida no es sólo una cuestión intimista, sino que el verdadero sentido de la existencia debe ser encontrado, no sólo dentro de nosotros mismos, sino también en relación con el mundo.
Pero nos topamos con el hecho de que este sentido no es algo fijo, ni siquiera para la misma persona, ya que cambia de un individuo a otro e incluso de una época de la vida a otra.
Si partimos del hecho de que cada vida es única e irrepetible, nos daremos cuenta de que nuestra tarea también es única y no podemos, en este sentido, ser reemplazados por nadie para que realice lo que sólo nosotros hemos de llevar a cabo.
Muchas personas tienen la creencia de que tendrán que verse sumidos en largas reflexiones y meditaciones hasta llegar a descubrir el sentido de su vida. Sin embargo, descubrir el propósito de la existencia es de las respuestas menos teóricas que podamos dar ya que, de hecho, aunque no lo sepamos, no podemos dejar de darla. Lo que cada día, cada uno de nosotros hace, piensa y siente, eso constituye para esa persona, aunque no lo sepa, el sentido real y práctico de su vida.
Diariamente estamos dando respuesta al enigma de nuestra existencia, pero al mayor parte de las veces lo hacemos de manera no consciente. Tal vez por eso puede que a algunos no nos guste tomar consciencia acerca del sentido que ha elegido dar a su vida.
Empezar a explorar este asunto es algo realmente fascinante pero, a mi juicio, debe ir realizándose al mismo tiempo que el sujeto profundiza en otros aspectos básicos del desarrollo humano.
Es necesario, pues, un cierto nivel de trabajo en los escalones previos, mientras más mejor. Soy de la opinión de que las cosas no pueden decirse todas de golpe, al igual que no podemos comernos toda la comida del día a la hora del desayuno. Sólo cuando el terreno está preparado es cuando la semilla germina.
Una creencia que puede resultarnos muy útil en este momento es mantener “la confianza en que la vida nos ofrece los medios para encontrar la felicidad” , las personas religiosas han llamado a esto “esperanza”. Ello implica, al mismo tiempo, la confianza en que, globalmente, nuestra existencia tiene un sentido; la confianza, también, en que ese sentido puede ser encontrado; y por último, la confianza en que se nos van presentando los mejores instrumentos para conseguir lo anterior, a cada uno en función de su nivel y sus necesidades.
Y esto último conviene remarcarlo. Muchos de nosotros confundimos “lo que deseamos” con “lo que necesitamos”. La gran queja de muchas personas es acerca de la infelicidad que padecen porque no obtiene lo que desean, cuando, sin darse cuenta, diariamente, están dejando pasar lo que necesitan.
El gran regalo de la vida es responder a nuestras necesidades pero no a nuestros deseos. Ser capaces de reconocer y discriminar esto, es adquirir un tipo de “sabiduría de alto nivel”.