Lo seres humanos estamos especialmente bien dotados para el aprendizaje. Muchas cosas las podemos aprender solos, por nuestra propia cuenta, sabiendo que con paciencia y tesón llegaremos a dominar casi cualquier disciplina que nos propongamos. Otras veces necesitamos instructores cualificados para desentrañar los fundamentos y los misterios de determinadas materias.
Cuando además de enseñar un contenido, el instructor hace que el alumno crezca y evolucione en su propio desarrollo personal, entonces decimos que hemos encontrado un maestro.
Desde mi punto de vista, los distintos aprendizajes a los que podemos acceder se pueden agrupar dentro de dos grupos diferentes. Un grupo lo constituyen las materias que nos enseñan a funcionar aceptablemente en la sociedad y nos permiten ganarnos la vida honestamente, y otro grupo está formado por aquellas disciplinas que, simplemente, nos enseñan a vivir. Estos últimos son los más importantes y a los que menos tiempo de aprendizaje dedicamos.
Es en este último grupo es en donde la presencia de un maestro que nos enseñe puede ser especialmente importante. Hemos de entender que un maestro puede ser no sólo una persona, sino también todo aquello (una situación vital, por ejemplo) que nos ayude a despertar.
Por eso, cuando hablo de maestros, no me estoy refiriendo sólo a un Guru concreto, un maestro exterior que dé discursos o consejos, sino que estoy hablando, también, de la posibilidad de utilizar como maestros a nuestras propias situaciones vitales. Ellas son los maestros del día a día, de lo cotidiano, de nuestros procesos de cambio, etc.
Normalmente, aquellas situaciones que suelen ser más duras, como por ejemplo las que están relacionadas con enfermedades, con fallecimientos de personas cercanas, con cambios bruscos en nuestra vida, etc., son precisamente las que pueden llegar a ser los más grandes maestros vitales.
Las dificultades tienen la potencialidad de ser grandes maestros. Porque aquellos asuntos en lo que percibimos un cierto obstáculo son, precisamente, las señales que nos indican por donde hemos de desarrollar nuestras cualidades y recursos. Así pues, en los asuntos en los que somos poco hábiles, encontramos la información necesaria para saber el área en la que podemos aprender y avanzar.
También son nuestros maestros aquellos asuntos que no comprendemos bien, simplemente, porque están más allá de los límites de nuestro modelo del mundo. Atender dichos asuntos es lo que nos permitirá ampliar nuestra visión y generar modelos más amplios e inclusivos.
Las personas molestas nos aportan también un gran potencial de aprendizaje. Esas personas cuya presencia no es deseable y muchas veces tratamos de evitar, son personas que nos pueden ayudar a despertar, es decir, también pueden ser nuestros maestros siempre que seamos lo suficientemente hábiles como para saber cómo aprender de ellas.
Y, por supuesto, estas otras personas que a lo largo de nuestra vida van a ir apareciendo en momentos determinados y que, unas veces siendo ellos mismos conscientes, y otras veces sin serlo, nos han aportado enseñanzas fundamentales para nuestro desarrollo.
Si estamos abiertos a estos aprendizajes que nos traen los asuntos cotidianos, no debemos dudar de que irán apareciendo en nuestra vida muchos de esos seres que actuarán sobre nosotros como verdaderos maestros. Esto tiene que ver con esa frase célebre «cuando el discípulo está preparado aparece el maestro», aunque, añadiría yo, muchas veces no aparecerá en la forma en la que habíamos imaginado y habremos de estar muy atentos para reconocerlo.
Así que es nuestra responsabilidad la de mantenernos abiertos a lo que la vida nos trae, porque ella nos va a regalar muchos momentos de Sabiduría que, si no estamos alerta, pasarán de largo.
Por eso, aquel que se encuentra con las antenas puestas reconoce y aprende de todo y con todo, lo cual marca la diferencia entre alguien que avanza y vive en salud y alguien que se estanca y vive en enfermedad.