Por Dª Gracia María Casado, Nutricionista colaboradora del C.M.I. Dr. Nougués
Por marisco según la definición de la Real Academia Española (RAE), se entiende cualquier animal marino invertebrado y, especialmente, el molusco o crustáceo comestible.
Dentro de cada uno de estos dos grandes grupos (crustáceos y mariscos), aunque habitualmente no hacemos distinción entre ellos, sino que los consideramos todos bajo el término marisco, a su vez se diferencian varios tipos (almejas, mejillones, calamar…/langosta, percebes…, respectivamente). Y sean unos u otros, nuestra mesa rebosa con ellos en las comidas navideñas, aportándoles un toque de glamour y diferencia respecto al resto del año. ¿Pero cómo saber si se trata de un tipo u otro? De forma fácil recordad que los moluscos son todos aquellos que presentan concha y los crustáceos todos los similares a la gamba, langostino, percebe…, es decir todos los que presentan “antenitas”.
Como cualquier otro producto de pesca, son una excelente fuente de nutrientes, si bien dependiendo del tipo de que se trate, teniendo en cuenta la amplia variedad con la que nos encontramos, es importante no olvidar ciertos detalles más aún, cuando padecemos determinadas enfermedades, que en estos días pueden verse repercutidas negativamente por los excesos cometidos, ya que la frase típica es: “por una vez…”; el problema está en la cantidad pues no es tomarlos, sino que no nos conformamos con la cantidad pequeña, prevaleciendo una vez más el deseo sobre la sensatez y la moderación.
De forma general al hablar de la composición nutricional de los mariscos destaca su bajo aporte calórico (posible alternativa para regímenes hipocalóricos); el alto contenido proteico (de alta calidad como las de la carne y huevo), de minerales (destacando el calcio, magnesio y fósforo), de oligoelementos y vitaminas y el bajo aporte graso, siendo éstas de tipo poliinsaturadas (especialmente omega 3 y 6). En cuanto al colesterol, si bien en términos generales y sobre todo, en el caso de los bivalvos (es decirlos de dos conchas como las almejas, etc), no es excesivamente alto, precaución con los crustáceos, sobre todo en casos concretos como los langostinos y familiares (calamar). También debe destacarse que la capacidad de los pescados y los mariscos de aumentar el nivel del colesterol sanguíneo, es muy inferior a la de otros alimentos por su mayor concentración de ácidos grasos insaturados (que ejercen un efecto reductor del colesterol), y su escaso contenido en ácidos grasos saturados (cuyo exceso está relacionado directamente con el aumento del colesterol plasmático).
Esta composición es la que lleva a ser precavidos en su consumo, debiendo primar una vez más la MODERACIÓN, más aún ante patologías como el ácido úrico (por el alto contenido en proteínas que al ser degradadas dan lugar a purinas y éstas al metabolizarse, ácido úrico), dislipemias (colesterolemia), enfermedades hepáticas, alteraciones inmunológicas o problemas gastrointestinales; en estos tres últimos casos sobre todo si van a ser consumidos práctica o totalmente crudos, ya que si el medio en el que viven (el agua) está contaminada pueden albergar en su interior sustancias que al comerlos pasan a nuestro organismo, causando intoxicaciones y cuadros gastrointestinales.