Dicen que en la antigua China se utilizaba la figura de un anciano montando a un buey, animal éste con paso lento y constante, para representar al Sabio.
Es curioso que se eligiera a éste animal tan parsimonioso y pesado, y no uno más rápido y veloz. ¡Por algo sería!
Tal vez fuese porque el camino que ha de llevar al Sabio hasta su destino haya de ser transitado lentamente. Eso sí, con diligencia y con constancia, pero sin prisas.
Montar y domar al buey es también una conocida historia que en la tradición oriental en general y en el Zen en particular, ha servido para explicar el método que hemos de utilizar para encontrar a nuestro propio Ser Interior.
En ese relato se cuenta que, una vez finalizada la búsqueda del buey, hemos de retomar apaciblemente el camino de vuelta a casa y, como dicen los textos antiguos, dirigirnos hacia “la plaza del mercado, para ayudar”.
En este contexto, “la plaza del mercado”, simboliza la vida cotidiana, ese espacio en el que podemos encontrarnos con los demás seres y en el que podemos compartir nuestras experiencias y ofrecer nuestra ayuda, si así lo requieren.
Por tanto, la imagen del buey y del sabio que cabalga sobre sus lomos, representa a aquel que sabe hacia dónde va, y lo hace transitando con un paso lento, constante y firme.
Pero hoy día esta imagen antigua nos parece pasada de moda y propia de otras culturas lejanas y muy distintas a la nuestra. Entonces, ¿qué imagen deberíamos utilizar ahora, en nuestro medio si quisiéramos representar a un sabio dirigiéndose hacia su destino, teniendo en cuenta los parámetros vigentes en nuestra cultura y en el mundo actual?
Es posible que en una era altamente tecnológica en la que la precisión, la fuerza y la velocidad son consideradas como valores importantes en nuestra sociedad, podríamos imaginar que en lugar de un buey, el sabio pudiera viajar y transportarse cabalgando sobre un rayo de luz, o mejor sobre un rayo láser.
Velocidad, precisión, potencia, todas ellas son cualidades que pueden ser atribuidas al láser. Por tanto, la metáfora del láser, vendría a ser cómo una imagen que nos remite a ciertas características de la ciencia moderna.
Entonces, ¿sería posible reconciliar esos dos aspectos, el ancestral y el actual, esas dos culturas tan distintas?
Por un lado la lentitud y la constancia del buey, por otro, la rapidez y la precisión del láser.
¿Y si la resolución de este dilema nos aportase una nueva visión de la realidad?
¿Y si la superación de la aparente polaridad, el buey y el láser, fuese la solución a muchas otras preguntas?
Sabemos que nuestro proceso de desarrollo humano se encuentra lleno de paradojas que hemos de resolver. Recordemos algunas de ellas: mientras más me centro, más me expando; mientras más me pierdo, más me hallo; mientras más contacto con mis propios miedos, más los supero; mientras más callo más digo; mientras más confuso estoy puede que más cerca de la claridad me encuentre…..
Algunos tienen la experiencia de que hacer las cosas lentamente no significa retrasarse, sino que nos permite ser eficaz y precisos.
¿No crees que, quizás, el sabio montado en su buey viajaba a la velocidad de un rayo láser?
A nosotros, como a ninguna otra civilización antes conocida, nos ha tocado la tarea de trabajar en nuevos caminos de síntesis, de comprensión global, de apertura hacia lo universal.
En ninguna otra época antes de ahora, hemos estado tan cerca del infierno o de la gloria, de la destrucción de la especie y del planeta o del más grande de los saltos de la consciencia evolutiva del ser humano.
Es ahora cuando disponemos de los medios más adecuados para realizar nuestra tarea.
Tal vez por eso el buey y láser, el láser y el buey, puedan ser cabalgados juntos, montados por la persona que, con sabiduría y paciencia, lograse integrar dichos contrarios.
Pero no olvidemos que, según cuenta la tradición taoísta, un día, perdiéndose entre las brumas, el anciano sabio montado sobre un buey se dirigió hacia la frontera que limitaba el último confín del reino.
Dicen, también, que fue gracias a un aduanero que le rogó que no se fuese sin dejar escritas sus enseñanzas, que dicho sabio nos regaló su tesoro.
Y fue así, como después de legarnos su obra, el anciano se perdió entre la niebla de un lejano y desconocido país.
Y hay algunos que aseguran que en las noches plateadas de luna llena, todavía es posible entrever una anciana figura cabalgando lentamente a lomos de un buey, allá donde la tierra se une con el cielo.