Una buena muerte

Cada Jueves Santo, en Málaga, decenas de miles de malagueños y forasteros acuden a ver la procesión del Cristo de la Buena Muerte escoltado por la Legión, ya que este cuerpo militar se encuentra estrechamente ligado a la cofradía que lo procesiona. Todo un espectáculo que se repite año tras año ese mismo día.

Este es uno de los eventos más multitudinarios de la Semana Santa, en esta ciudad en la que se unen de forma poco ortodoxa gente de todo tipo, creyentes y no creyentes, malagueños y extranjeros, para participar de dicho acontecimiento que, para muchos, constituye una expresión de fervor popular y para otros, simplemente, una tradición singular como otras tantas de nuestra geografía.

No entro a valorar la conveniencia o no de la presencia del ejercito en los desfiles procesionales, cosa defendida por muchas personas y denostadas por otras. Tampoco pretendo poner en valor la importancia de ciertas tradiciones que, sólo con la constatación del apoyo popular que manifiestan de forma creciente año tras año, ya se revalorizan por sí solas. Lo que realmente me lleva a la reflexión en estos momentos es, precisamente, el concepto de “La buena muerte”, porque ¿qué es una “buena muerte”?

Por lo que he escuchado a muchas personas, cuando hablan de lo que imaginan que sería una “buena muerte” para ellos, se suelen referir al deseo de tener un  tránsito rápido y sin sufrimiento. A eso llaman una “buena muerte”. Sin embargo, si nos atenemos al relato evangélico, la muerte de Cristo no fue precisamente buena, en ese sentido. Torturado, golpeado, humillado hasta el extremo, sufrió una muerte en la cruz, uno de los tipos de muertes más agónicos reservado para los delincuentes y criminales de la más baja estofa. Por tanto, desde ese punto de vista, parece que no fue esa una “buena muerte”.

Entonces, ¿qué es una buena muerte? Creo que una “buena muerte” no puede ir desligada de una “buena vida”. Tal vez el Cristo de la Buena Muerte no haga referencia al tipo específico de fallecimiento, sino a la calidad de la vida que cada persona deja tras de sí. Así que, una “buena muerte”, no ha de ser más que el colofón de una vida plena, de una vida con sentido y en la que, instantes antes de exhalar nuestro último suspiro, podamos mirar hacia atrás y sentir que aquello que hemos vivido ha merecido la pena.

Si admitimos dicho punto de vista, no cabe duda de que Jesús de Nazaret, a pesar del sufrimiento final, tuvo una “buena muerte”. Tal vez por eso lleve ese nombre. Surge de aquí una pregunta evidente, ¿será la nuestra, también, una buena muerte? Pues obviamente eso va a depender de lo que estemos haciendo con nuestra vida. ¿Tiene sentido nuestra vida? ¿Estamos haciendo aquello que hemos venido a mostrar al mundo?

Una “buena muerte” y una vida plena están directamente relacionadas. Por lo que podría decirse que, la “buena muerte”, es aquella que sucederá a las personas que se encuentran comprometidas en un camino hacia la Autorrealización y que llevan una vida congruente con dicho camino, aportando su grano de arena a la construcción de un mundo mejor. Pocas cosas merecen más la pena que esto.

¡Ojalá que todos tengamos una “buena muerte” porque hayamos sido capaces de gozar de una vida con sentido!

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