Los seres humanos tenemos en nuestro interior un profundo deseo que nos impulsa a querer vivir felices. Sin embargo, ¿qué sabemos realmente acerca de lo que esto significa?
Debemos considerar que la felicidad no existe como si fuese un objeto externo que se pueda conseguir, como por ejemplo un coche o cualquier otro tipo de objeto material, sino que es una realidad que depende, sobre todo, de la capacidad que tengamos para reconocerla en aquellos momentos de la vida cotidiana.
La capacidad para reconocer las claves de los acontecimientos cotidianos se relaciona con una especial mirada interior. Esta sencilla idea nos revela mucha información, y es que para ser felices no necesitamos, pues, hacer grandes cosas, sino que hemos de cultivar una mirada especial: una mirada atenta, lúcida, amorosa y ecuánime.
Así pues, nuestra conexión con la felicidad se encontrará más ligada a una capacidad interior que a una actividad exterior. Tal vez por eso alguien comparó la felicidad con nuestra relación con una mariposa, de tal manera que si la persigues afanosamente, la mariposa revolotea y se aleja, incluso existe el peligro de tropezar y caerse, puesto que no miras donde pisas; pero si te sientas, tranquilamente, puede que la mariposa, suavemente, se pose sobre tu hombro.
Creo que es importante entender que la felicidad no es algo alejado y lejano, sino que podemos aprender a ser felices tratando de vivir un poco mejor cada día, es decir, tendiendo a que nuestra vida sea cada vez más plena. Pero, desde este punto de vista, ¿cuál sería la actitud más recomendable o qué motivación la más adecuada para ayudarnos a conseguir esa vida mejor que anhelamos?
Pues deberíamos comenzar por generar el deseo radical y profundo de querer dejar de sufrir. Esto no sólo es lícito y razonable, sino que también es imprescindible. De alguna manera, este primer paso para ser más felices, se encuentra también en la base del desarrollo de la autocompasión, entendida ésta no como un sentimiento de pena o de conmiseración hacia sí mismo, sino como una forma de aprender a quererse mejor, con todo lo que ello implica.
Pero, para alanzar la felicidad, además de querer dejar de sufrir, hemos de desarrollar también el deseo de querer vivir en plenitud. Ambas motivaciones se encuentran directamente conectadas y son complementarias, ya que si no te planteas salir del sufrimiento, difícilmente podrás plantearte vivir mejor. El peligro reside en que hay personas que cuando sienten que su malestar disminuye, dejan de tener impulso para seguir avanzando. Tal vez por eso podríamos hablar de una motivación de nivel más inferior, querer dejar de sufrir, y otra de nivel más elevado, alcanzar la plenitud.
Desarrollar, pues, una buena motivación es por donde debemos comenzar nuestro camino en la búsqueda de la felicidad. Pero hemos de tener en cuenta que desarrollar una buena motivación, siendo un elemento imprescindible, no es un elemento suficiente, si ello no va seguido de una acción correcta. Ya sabemos la diferencia que muchas veces existe entre lo que pensamos o sentimos y lo que luego realmente hacemos.
Aprender a pasar del pensamiento a la acción será motivo de otras futuras reflexiones.