Siempre hemos intuido que reír es mejor que no hacerlo, y también que quienes sonríen suelen gozar de una mejor salud física y mental, pero hasta hace poco tiempo carecíamos de pruebas científicas lo suficientemente contundentes como para afirmarlo con total rotundidad.
Sin embargo, desde hace un tiempo, la ciencia ha podido comprobar que, aquello que de manera intuitiva todos creíamos acerca de los beneficios de la risa, son cosas con fundamento. Así, hoy día sabemos que la risa no sólo es buena para nuestro estado emocional y mental, sino que también actúa beneficiosamente sobre la salud de nuestro cuerpo físico.
Cuando sonreímos, el cerebro genera una serie de substancias que producen calma, paz, serenidad y bienestar, mientras que se disminuyen aquellas otras responsables de los estados de malestar, tensión y estrés. Esto último hace que sonreír con frecuencia ayude a amortiguar los efectos nocivos del estrés. Por otro lado, la risa, gracias a la liberación de endorfinas, hace que disminuya la sensación de dolor.
También se mejora la calidad de la respuesta inmunológica y hace que seamos más resistentes en nuestro sistema defensivo. Se ha comprobado que ver una película de humor genera un aumento de inmunoglobulinas, substancias defensivas, mientras que cuando la película es de terror se produce un bloqueo de nuestras defensas que dura varias horas.
Otro aspecto que se ha podido comprobar es que sonreír mejora el aporte de oxígeno a nivel celular, con todo lo que ello significa a nivel del metabolismo en general. Este efecto parece ser especialmente positivo para mejorar la calidad de nuestra piel. Un estudio publicado en la revista “Psicological Science” en 2010, revela que las personas que sonríen tienen una mayor longevidad que los que no lo hacen.
En nuestras relaciones cotidianas experimentamos que una cara amable y sonriente genera más confianza que las que expresan un gesto adusto o serio, por lo que sonreír mejora también nuestra interacción con los demás.
Algunos datos actuales apuntan a confirmar la llamada “hipótesis de la retroalimentación facial”, mediante la que se ha podido determinar que cuando sonreímos, las aferencias neurológicas que llegan a nuestro cerebro generan un estado placentero, aunque la sonrisa haya sido realizada exprofeso y no emerja como consecuencia de una situación grata. Dicho con otras palabras, incluso fingir que sonríes puede llegar a funcionar.