El camino de la consciencia

Descubrir el profundo misterio acerca de qué es un ser humano y de cuáles son los mecanismos de los que dispone para lograr una vida más feliz y llena de sentido, ha sido uno de mis principales focos de interés desde que era un adolescente.

Cuando miro en mi biblioteca alguno de los libros que tengo fechados, me sorprendo de que en aquella época, años setenta, un joven de quince años sin ninguna conexión familiar con la salud, ni la filosofía, leyese a autores como Teilhard de Chardin o libros como el Tao Te King o algunos textos de dietética o de acupuntura.

Ya en segundo curso de Medicina, estudiando el cerebro humano, uno de mis profesores de anatomía nos hablaba acerca de la evolución del cerebro y de cómo el ser humano desarrolló sus capacidades neurológicas como mecanismo de supervivencia frente a otras especies que eran más fuertes, rápidas o agresivas. Realmente, un homínido de mediano tamaño, sin garras, ni colmillos potentes, ni venenos con los que defenderse, debía ser una presa fácil en comparación con los depredadores que le rodeaban.

Lo realmente curioso es que nosotros estamos aquí y algunos de los “aparentemente” más fuertes se extinguieron. ¿Cómo pudo ser eso? Tal vez porque los seres humanos seguimos un camino evolutivo que podríamos denominar como el “camino de la consciencia”.

El cerebro humano fue desarrollando capacidades cada vez más especiales y únicas que le permitieron crear un lenguaje complejo oral y escrito, construir una cultura y desarrollar recursos para afrontar los retos que le presentaba el medio ambiente hostil en el que vivía. Pero, ¿qué papel jugó en eso la consciencia?

Llegado este punto, es importante diferenciar entre cerebro y consciencia. Cerebro y consciencia son dos realidades diferentes aunque indudablemente poseen una innegable relación. 

Todavía en estos tiempos es difícil definir con precisión qué es la consciencia. Se mantienen las discusiones entre los científicos que piensan que es un epifenómeno generado por un cerebro complejo, frente a los que opinan que es la consciencia una realidad preexistente que hemos podido comenzar a conocer en la medida que nuestro cerebro se ha desarrollado. Sería algo así como las ondas de radio. Siempre ha habido ondas de radio en el universo, pero solamente las hemos captado cuando hemos construido aparatos suficientemente precisos para hacerlo.

Sea como fuere, uno de los focos de interés que sigo manteniendo, a pesar del paso de los años, es ¿de qué forma podemos colaborar con el camino evolutivo de nuestra especie a través del desarrollo de la consciencia?

Hay algo que me parece muy claro, nuestro cerebro está programado para sobrevivir, no para ser felices. Las reacciones emocionales, que muchas veces no entendemos, como el miedo, la ira, la rabia, etc. son reacciones que orientadas a la supervivencia, igual que el estrés y los estados de alerta.

Sin embargo, disponemos de la “preinstalación neurológica” de los circuitos necesarios para cultivar la felicidad. Sólo necesitamos descubrirlos y activarlos. Podría decirse que disponemos de reacciones automáticas para sobrevivir, pero que para vivir con plenitud el ser humano necesita currárselo.

Para mí, esto es lo que constituye “el camino de la consciencia” en la actualidad. Podríamos compararlo con transitar el paso que separa al Homo sapiens sapiens del ser verdaderamente humano.

Es preciso aceptar y conocer nuestras bases biológicas para entenderlas mejor y darles un uso apropiado. Necesitaríamos saber mirar con ojos nuevos fenómenos como el estrés, así como aquellas emociones perturbadoras que nos molestan, y entenderlas como potenciales amigos con los que todavía no sabemos relacionarnos bien. 

Y desde esa aceptación de nuestra biología, ser capaces de activar los circuitos de una consciencia mucho más elevada a través del contacto con nuestro Espacio Interior, el cual nos permite experimentar la conexión con los valores más altos de la existencia y que, sin lugar a dudas, constituyen el verdadero sendero del progreso evolutivo del ser humano, tanto individual como colectivo.

Un enfoque integral de la salud no puede obviar este aspecto, el cultivo del “camino de la consciencia” como elemento imprescindible del desarrollo de todo el potencial humano.  

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