El calendario corre que se las pela, al menos esa es la impresión que me da, y casi sin darnos cuenta estamos inaugurando el mes de agosto, puerta de entrada al último trimestre del año en curso.
Por desgracia, hemos despedido julio con un lamentable y mortífero suceso ferroviario que ha conmovido a todo el país sin excepción. No hay persona que conozca que no se haya estremecido ante las imágenes de la tragedia emitidas por los diversos medios informativos.
Ya en otros momentos hemos experimentado dramas similares en este país, y en todas las ocasiones, además del dolor y la consternación, se han vivido al mismo tiempo inequívocas señales de apoyo, cariño y solidaridad hacia las víctimas y sus familiares. De alguna manera esto constituye un valioso consuelo para aquellos que de un modo absurdo e inesperado han sido visitados por la fatalidad y por la pérdida de sus seres queridos.
Creo que sentir el calor de las personas cercanas, o incluso de las distantes, pudiera ser una especie de bálsamo reparador, aunque ni estos signos de apoyo, ni otros similares, devuelvan la vida a los fallecidos ni subsane el profundo dolor de sus familiares.
Muchos piensan que rezar no sirve para nada. Yo soy de los que opinan lo contrario. Y no sólo es cuestión de fe, los estudios de Harold Koenig en la Universidad de Duke, dan fundamento científico al hecho de que rezar es especialmente útil para quien lo hace y para los demás. En algunos otros artículos me he referido a ellos.
Este dramático acontecimiento nos ha hecho pensar a todos en la enorme fragilidad de la condición humana y en lo poco que controlamos nuestro destino. Un desplazamiento en uno de los medios de transporte más seguros que existen se puede convertir en tu último viaje.
Soy consciente de que la muerte no está al final de la vida, sino que más bien nos acompaña siempre a lo largo de nuestro camino, y que una vez llegado el momento nos abraza, nos toma de la mano, ya estemos sanos o enfermos, seamos ricos o pobres, jóvenes o viejos… para decirnos que nuestros días en este mundo han tocado a su fin.
Con frecuencia, cuando comento cosas de este tipo, observo como algunas personas se consternan y me dicen que hablar o pensar en ello les hace sentirse más inseguros y vulnerables. Yo, por el contrario, pienso que la seguridad no puede nunca sustentarse en el hecho de evitar mirar la realidad, sino que más bien debiera fundamentarse en afrontar e integrar en nuestras vidas las cosas tal como son. Y lo cierto es que somos mortales y que no sabemos el momento en el que llegará nuestra muerte. Estas dos afirmaciones constituyen de las pocas certezas vitales que podemos sostener sin la menor duda.
No querer pensar en ello no añadirá ni un sólo día más a tu vida, pero es posible que te haga vivir bastante más temeroso e inseguro de lo que lo harías si supieses afrontar cara a cara esta cuestión.
Y el que la cosa sea de este modo, lo que me lleva es a revalorizar cada instante como algo único e irrepetible, a dar gracias por todo lo que me rodea, y a desear disfrutar tanto como pueda de cada momento vivido, así como de la presencia de los seres queridos que me rodean.
Me lleva, también, a enfocar mi atención y mi energía hacia aquello que considero valioso y digno de ser vivido, a no perderme por las ramas en asuntos que ni me van ni me vienen, y a procurar con todas mis fuerzas que mi vida sea lo suficientemente significativa para que, llegado el momento, pueda despedirme con la tranquilidad y el sosiego de espíritu de haber vivido con el máximo de plenitud que haya podido lograr. No quiero decir adiós a este mundo con la sensación de tener muchos “deberes por hacer”.
Por eso soy de los que piensan que hoy es el mejor momento, y ahora es el mejor lugar para comenzar a vivir aquello que queremos vivir. Demorarlo indefinidamente sólo nos puede hacer más infelices.
Una paciente me contaba hace poco, “mi marido ha dejado aplazada muchas cosas para la jubilación. Ibamos a ir a muchos sitios, y, ahora, antes de jubilarse, le han diagnósticado una demencia y ya no podemos hacer nada de lo que habíamos dejado pendiente”. Aunque no se trate de un caso de muerte, saque usted mismo la moraleja de este breve relato.
Opino, por tanto, que ser consciente de la muerte no es algo que nos deba entristecer sino que por el contrario nos ayuda a disfrutar del presente y nos permite iluminar nuestra vida, haciendo resaltar aquellos asuntos que son significativamente valiosos para nosotros.
El mes de agosto, mes vacacional por antonomasia, es un momento del año tendente al disfrute, al descanso, al fomento de las relaciones, a los viajes… y a tantas y tantas cosas que normalmente no podemos hacer por falta de tiempo en los momentos en los que nos encontramos sometidos a un horario laboral, y que por eso dejamos para estas fechas.
Es cierto que cada uno disfruta a su manera. Y también es cierto que como están las cosas, muchas personas habrán tenido que renunciar a lo que otros años han podido hacer. Pero sea como fuere, a lo que nunca deberíamos renunciar es a la opción de poner todos nuestros medios para tratar de ser felices aquí y ahora, para promover nuestro bienestar, para disfrutar del hecho de estar vivos y de lo que cada día la vida nos ofrece, y, sobre todo, para regocijarnos con el regalo de la presencia de nuestros seres queridos (que a veces sólo lo valoramos cuando los perdemos).
Es un buen momento para compartir penas y alegrías con nuestros amigos, para recargar nuestra deteriorada energía y para reflexionar a cerca de cómo desarrollar el inmenso potencial que cada uno de nosotros poseemos en nuestro interior y que hemos venido a explicitar en este mundo.
A estas alturas del año, y después de unos meses que me han requerido una cierta intensidad de esfuerzo en lo laboral, familiar y personal, y tras algunas contingencias de diverso tipo, siento que necesito descansar.
A pesar de que tengo aguante para el esfuerzo, cuando me voy quedando dormido en el sofá a la hora de la siesta (cosa que habitualmente no tengo costumbre de dormir), es que mi cuerpo me va pidiendo descanso.
Así que dentro de unos días comenzaré mis vacaciones, de las que además de disfrutar lo máximo posible, espero que puedan servirme para seguir descubriendo y agradeciendo el maravilloso don que constituye el hecho de estar vivos.
Os invito a que también las aprovechéis al máximo.
¡Feliz Agosto!