Cualquier trabajo que realicemos puede llevarnos a un tipo de cansancio que podríamos asumir como normal, pero en el caso de las personas que se dedican a tareas en las que se establece una relación terapéutica o una relación de ayuda hacia otros, la sobrecarga emocional que se recibe es mucho mayor de lo habitual, porque en dicho ámbito nos encontramos sometidos al continuo influjo de las emociones, tanto personales como ajenas, que habremos de tener en cuenta si queremos mantenernos saludablemente.
Hace mucho tiempo que sabemos que aquellas personas que se dedican a cuidar de otras, bien profesional o familiarmente, sufren un excesivo desgaste mental y corporal, habiéndose constatado que existe un mayor riesgo de padecer la llamada “fatiga por compasión”.
Ultimamente se han publicado interesantes estudios acerca de los efectos físicos y psicológicos que aparecen en dichos cuidadores, así como una serie de estrategias eficaces para su detección y su tratamiento.
Sería, pues, interesante plantearse una curiosa pregunta, ¿quién cuida al cuidador?
Sabemos que el contagio emocional puede ser uno de los precursores del llamado “Síndrome Burnout”, o lo que es lo mismo, sentirse “quemados en el trabajo”, lo que nos lleva a padecer todas las secuelas propias de un cuadro de estrés crónico. No debemos olvidar que, en cierto sentido, las emociones son tan contagiosas como los virus.
En el caso de las personas que tienen bajo su responsabilidad el cuidado de otros, se ven sometidos a un intercambio emocional que puede llevarles a pagar un alto precio, si no ponen remedio. En estos casos se produce una especie de “empatía inconsciente”, mediante la cual, sin que nos demos cuenta, absorbemos las tensiones emocionales de otras personas.
Pero además del nivel puramente emocional, también se ha constatado que podemos vernos influenciados por la llamada “empatía somática”, responsable de que aparezcan en el cuerpo diversas dolencias, como si fuese una especie de “contagio” de los síntomas de otra persona.
El hecho de que nos guste nuestro trabajo no significa que no estemos asumiendo un cierto riesgo. Según describen distintos autores especializados en el tema, como por ejemplo Rothschild, con frecuencia las consecuencias negativas del trabajo terapéutico son inconscientes, y podría ser denominada como “fatiga por compasión” o “trauma vicario”.
Por eso, si estamos atentos, en nuestra relación de terapia podemos observar en nosotros mismos una serie de cambios corporales, respiratorios, pensamientos espontáneos, recuerdos, imágenes mentales, etc. durante la interacción con otras personas.
Hace tiempo que se describió en psicoterapia el “fenómeno de contratransferencia”, definido por Freud como “el influjo que el paciente ejerce sobre el terapeuta acerca de su sentir inconsciente”.
Hoy día, el descubrimiento y posterior estudio de las “neuronas en espejo” explica algunos aspectos de este fenómeno.
Los nuevos descubrimientos de las neurociencias nos dicen que cada emoción se encuentra vinculada a un patrón muscular o gestual propio de cada persona. Se ha demostrado que las emociones pueden ser creadas desde la vía somática mediante la reproducción de contracciones musculares asociadas a dicha emoción.
De manera no consciente tendemos a imitar gestos, posturas, patrones musculares, sentimientos, los cuales se asocian a activaciones del SNV que serán las responsables de los trastornos por estrés.
Para salir indemnes de estos fenómenos, la mayor parte de las veces no consciente, necesitamos identificarlos con la mayor nitidez posible.
¿Pero cómo hacer esto si, como antes se mencionó, suelen ser procesos inconscientes?
Pues bien, es aquí donde entra en juego nuestras capacidades personales para saber reconocer y saber discriminar los cambios sutiles que se producen en nuestro cuerpo y en nuestra mente.
Para ello, la toma de consciencia del patrón respiratorio y de nuestro patrón muscular, según se enseña en Sofrodynamia®, resultan especialmente importantes, sobre todo a la hora de identificar los pequeños cambios que indican una modificación de nuestro fondo emocional.
Existen ciertos investigadores (Forester-2001) que demuestran que lo que hemos descrito anteriormente, es decir, la toma de consciencia corporal, es la clave fundamental para poder evitar el “trauma vicario”.
Una vez nos damos cuenta de que se dan ciertos cambios corporales, respiratorios, etc., necesitamos aplicar el “sentido común” y los principios del autocuidado de una manera temprana, ya que esperar hasta padecer una crisis para iniciar un tratamiento, dificultaría mucho la recuperación.
Entendemos como autocuidado aquellas actividades o conductas que los individuos realizan para el mantenimiento de su propia salud y bienestar. Es algo que la persona ha de hacer para sí misma, aunque de forma indirecta también tendrá repercusiones sobre los demás.
Por tanto, para cuidar al cuidador, podemos hacer lo siguiente.
Lo primero es asumir que cada uno de nosotros somos los auténticos responsables de nuestra propia salud. Es importante, por tanto, aceptar el hecho de que somos nosotros quienes hemos de ser nuestros principales “cuidadores”.
Para ayudar a las personas que quieren practicar el autocuidado, desde el punto de vista de la Sofrodynamia®, necesitamos una serie de conocimientos pero, sobre todo, necesitamos ser capaces de dominar varias herramientas prácticas:
1) Desarrollar los principios del autocuidado, mediante la implantación de un modelo mental saludable.
2) La mejora de la toma de consciencia de la corporalidad y su correspondiente armonización.
3) La práctica de un correcto patrón respiratorio.
4) El manejo de las estrategias de gestión del estrés
Aprender a cuidarse mejor es, pues, uno de los objetivos fundamentales de nuestro adiestramiento sofrodynámico, el cual ha demostrado una importante capacidad para mejorar la salud física y emocional de quienes lo practican.
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