En estos últimos años, muchos aspectos relacionados con la salud, como también en otros tantos ámbitos, han ido cambiando. No cabe duda que el acceso a la información de la que disponemos en estos momentos, ha dado lugar a una serie de situaciones que antaño hubiesen parecido insólitas.
Personas que se diagnostican y se tratan ellos mismos de una supuesta dolencia respondiendo a unos cuestionarios que alguien ha colgado en la web. O quienes compran productos milagrosos por internet de los que no tenemos más información ni garantías que aquella que procede de la persona o sociedad que lo quiere vender. O quienes compran por internet productos que requieren receta médica pero que alguien, en no se sabe dónde, se los proporciona sin dicho requisito…, etc.
El impacto que internet tiene en el ámbito de la salud viene siendo cada vez mayor y, al igual que en otros ámbitos, la batalla entre las luces y las sombras parece casi inevitable.
Personalmente me parece estupendo poder disponer de tanta información, pero estoy convencido de que es más estupendo saber diferenciar entre lo que vale y lo que no.
Ciertamente, muchas cosas han cambiado con el uso de internet en lo que a salud se refiere. Paso a comentar alguna anécdota personal:
– ¡Estoy muy contento, porque he leído en internet que, efectivamente, lo que usted me mandó va bien para mi dolencia!- me dijo sonriente y satisfecho un paciente al iniciar la consulta.
–“No sabe usted el peso que me quita de encima- respondí irónicamente – Tenía dudas sobre si había acertado o no” – finalicé diciendo, aunque dudo mucho que el paciente en cuestión captase el verdadero sentido de mi respuesta.
Desde hace unos cuantos años, en algún momento de la consulta o en las llamadas telefónicas o correos posteriores, escucho o leo la frase que comienzan con “he leído en internet que…”, es justo el momento en que se me erizan los pelos esperando escuchar o leer cualquier cosa inimaginable.
Y lo que continúa a los puntos suspensivos, unas veces es razonable, otras, en cambio, oscila entre inocentes malas interpretaciones a errores de gran calibre.
- “He leído en internet que lo que usted me ha mandado hay que tomarlo de otro modo, ¿qué hago?”- argumentaba otra paciente.
La respuesta era tan obvia como sencilla:
- “Pues si decide tratarse con el Dr. Google, siga sus instrucciones. Pero si desea tratarse conmigo, haga lo que le he indicado”- respondí.
Tener acceso a una gran fuente de información en la que podemos encontrar datos y conocimientos sobre casi todo lo imaginado es, sin lugar a dudas, un enorme privilegio del que disponemos en estos tiempos actuales.
Pero muchas veces las ventajas se convierten en limitaciones porque somos incapaces de captar la calidad, el fundamento o la veracidad de lo que en una página de internet es posible leer. Nos olvidamos que cualquiera puede decir cualquier cosa y que esa afirmación llegará a los más recónditos confines del planeta, cosa impensable hace no tanto tiempo.
Entre decir algo y que este algo tenga fundamento, dista un abismo del que no todas las personas son conscientes ni poseen los medios de verificación apropiados.
Igual pasa con lo que vemos en televisión. Los maravillosos productos para que “desayunen las defensas” o para hacer frente al colesterol.
Cuando comento acerca de la falacia de dichas afirmaciones me suelen contestar, “pues en la tele lo dicen”, como si ello fuese sinónimo de veracidad.
- “Sí, señora (o caballero), en la tele lo dicen. También he visto que si utilizo un cierto desodorante, al entrar en el ascensor se me abalanzarán tres jóvenes monísimas y, puedo asegurarle, que nunca me sucedió eso. Y cuando compré un determinado electrodoméstico no aparecieron en mi casa unos señores vestidos de blanco para hacerme todas las tareas domésticas. Nunca me sucedió algo parecido y, sin embargo, la tele lo dice”.
Sonríen, contestan, es verdad. Pero me temo que seguirán dando de desayunar a sus defensas o “limpiando sus arterias” con los maravillosos productos anunciados.
Y vuelvo a repetir lo del principio, disponer de información es fantástico, pero no saber diferenciar el trigo de la paja lo vuelve peligroso. Así que, queridos usuarios de internet (entre los que obviamente me encuentro), aprendamos a buscar cosas con fundamento y opiniones contrastadas. Utilicemos, también, nuestro raciocinio y nuestro sentido común, así como una cierta dosis de juicio crítico para distinguir la solidez de aquello que leemos y de los argumentos que lo sustentan frente a aquello otro que no lo posee.
En internet podemos encontrar cosas como que millones de naves extraterrestres vienen desde Raticulín, para el día del «arrebatamiento”, hasta una novedosa y bien trabajada tesis doctoral de alto nivel científico. Diferenciar lo uno de lo otro es especialmente importante, sobre todo en lo referente a los cuidados y tratamientos que repercutirán en nuestra salud.
Minutos antes de publicar este artículo, un paciente me pregunta:
- “Mi mujer (a la que no tengo el gusto de conocer ni saber qué le sucede) ha leído en internet sobre una dieta depurativa a base de gomasio. ¿Puede hacerla?…
Dejo al lector, imaginar la respuesta apropiada a dicha pregunta.