Disfruto del privilegio de desempeñar una profesión en la que no sólo ayudo a las personas a mejorar su salud, y con ello a mejorar la vida en general, sino que, además, recibo también el increíble beneficio de aprender cada día acerca de cómo afrontar y superar el sufrimiento humano. Porque en la relación médico-paciente se establece un intercambio de información, no sólo a niveles conscientes, sino también a niveles más profundos, en el que, si lo sabemos gestionar de forma apropiada, ambos salimos beneficiados.
Muchas veces me pregunto si lo que doy compensa lo que recibo, ya que tengo la impresión de estar recibiendo unas magníficas enseñanzas por parte de mis pacientes y alumnos, aunque estoy casi seguro que ellos no lo saben. Posiblemente se deba a que trato de prestar atención desde un marco de aprendizaje a todo lo que sucede en la consulta individual o en los trabajos colectivos grupales. Tal vez, en un futuro, me atreva a resumir estos aprendizajes, o al menos la mayoría de ellos, en un texto específico sobre dicho asunto, pero, por el momento, basten unas cuantas reflexiones que considero significativas sobre aspectos que he aprendido en el desempeño de mi labor.
La primera de todas es que, según suelen afirmar, todas las personas quieren curarse, pero la realidad es bien distinta. Porque lo que yo encuentro es que no todas estas personas están dispuestas a dedicar el tiempo, el esfuerzo y la energía que la curación requiere. Así, aunque nos parezca extraño, son bastantes los que prefieren comer lo que les da la gana a pesar de que les siente mal, a comer lo apropiado para sentirse bien. La cuestión parece poco razonable, incluso diría que poco inteligente, pero sucede con más frecuencia de la que me gustaría. Este es un ejemplo frecuente de cómo queriendo estar bien hacemos a sabiendas aquello otro que nos lleva a estar mal. Si tenemos en cuenta que este tipo de acciones no lo hacen ninguno de los animales conocidos, podemos concluir que a lo mejor el ser humano no es tan listo como se le presupone.
Otro asunto que también me llama mucho la atención es la falta de autoconocimiento de muchas personas. Desde mi punto de vista, salud y autoconocimiento son procesos íntimamente relacionados. Hay personas que son capaces de saber si se encuentran bien o si se encuentran mal, pero desconocen quienes son, qué pretenden en la vida y de qué forma encaminar sus acciones para alcanzar sus metas más deseadas. Con este panorama, tener bien el colesterol, la tensión arterial o cualquier otro parámetro biológico, siendo importante, es insuficiente para alcanzar un nivel aceptable de lo que llamamos salud.
También me llama mucho la atención el nivel de confianza que muchas personas otorgan a ciertas opiniones. No por repetida deja de sorprenderme la situación en la que una persona decide hacer más caso a internet, al dependiente de un herbolario o a una vecina, que a la opinión de un profesional con décadas de experiencia y una dosis importante de estudio sobre esos temas. Cuando era más joven me enfadaba cuando alguien decía que no tomaba lo que yo le había prescrito, sobre todo cuando la razón era que una vecina, un amigo, etc.,le había aconsejado algo distinto y, por supuesto, mucho mejor que lo que yo le había mandado. Hace tiempo que no me enfado por estas cosas, sino que siento pena y compasión por esas personas que no distinguen entre el trigo y la paja, (aunque dichos sentimientos no mejoran las consecuencias de las meteduras de pata de las que suelo ser testigo).
Los años de profesión me han enseñado también que, por desgracia, no puedo ayudar a todos. Y no me refiero a los casos de enfermedades incurables, que los hay. Tampoco me refiero a los que exceden mi competencia o mis conocimientos, que también los hay. Me estoy refiriendo a aquellos casos en los que siendo curables, y sabiendo lo que hay que hacer para tratarlos convenientemente, es imposible obtener un buen resultado porque la persona en cuestión no está dispuesto a ello. Como decía muy bien el Doctor E.Bach “solo es posible curar a aquellos que quieren curarse”.
Es el campo de la salud donde, posiblemente, se constate con mayor evidencia las palabras de Buda que afirmaba que el mayor de los venenos mentales del ser humano es la ignorancia. Y no me refiero a la ignorancia en términos de conocimientos de las enfermedades, medicamentos o dietas, sino a la ignorancia radical y profundo acerca de nuestra propia naturaleza, acerca de las causas de nuestro sufrimiento y acerca de cómo hacer lo necesario para salir de él.
Derivado de esto último, una de las cosas que me parecen claras es que, además de una buenas prescripciones y unas correctas indicaciones sobré alimentación y hábitos de vida, es importante complementar todo ello con las enseñanzas y la práctica de aquellos aspectos que contribuyen a mejorar el autoconocimiento y a desarrollar nuestro potencial. Tal vez por eso siga impartiendo talleres sobre estos temas desde hacer más de treinta años, aunque no son muchos los que entienden que aprendizaje, cambio y curación son aspectos complementarios del mismo proceso de promoción y desarrollo de la salud que bien podríamos denominar como autorealización personal.