En los combates de boxeo no siempre gana el que pega más fuerte, sino el que es capaz de encajar mejor los golpes. Algunos de los grandes campeones mundiales lo han sido por ser buenos encajadores. En la vida, cuando recibimos sus golpes, unos se derrumban mientras que otros se mantienen en pie gracias a su capacidad para resistir dichos envites. Estos últimos son quienes poseen una buena capacidad de encaje, a la que ahora llamamos resiliencia.
La generación de mis padres sufrieron la dureza de una guerra fratricida. Después las carencias más brutales en aquellos “años del hambre” de la postguerra, seguida de una dictadura con todo lo que ello implica. Ha sido una generación fuerte y curtida. La mía lo ha sido menos, ya que ni hemos tenido que hacer frente a tantas adversidades y además hemos podido disfrutar de muchas más comodidades que ellos. A veces pienso en la vida y los obstáculos que superaron mis padres y solo me surge admiración y respeto.
Últimamente escucho con bastante frecuencia aquello de: “me he venido abajo, he dejado de atender a las noticias porque me siento fatal cuando las escucho o las leo”. Es cierto que en los momentos actuales estamos bombardeados por un gran número de acontecimientos perturbadores: la pandemia, el volcán de La Palma, la guerra de Ucrania, el miedo a que se extienda el conflicto bélico, la crisis económica global, el incremento del coste de la vida y de los productos básicos, problemas de desabastecimiento, etc. Decir que el panorama no es nada alentador es quedarse bastante corto. Pero mi pregunta es, ¿la mejor actitud que podemos tener es evitar conocer lo que hay?
A primera vista la estrategia parece correcta, porque no hay necesidad alguna de machacarse con informaciones que hacen sufrir. Pero podríamos enfocarlo también desde otro punto dice vista, y en ese caso la cosa ya no estaría tan clara. Trataré de explicarme.
El que un estímulo, del tipo que sea, produzca un daño depende de dos factores: la intensidad de dicho estímulo y la capacidad de resistencia que tengamos. A veces no podemos modular la cantidad de estímulo que recibimos, pero sí que podemos incrementar la resistencia al mismo, es decir, aprender a encajar. Por ejemplo, no podemos evitar que llueva pero sí podemos usar un paraguas.
Sabido es aquello de que el avestruz esconde la cabeza al presentir un peligro. Lo malo de esta estrategia es que esconder la cabeza en un boquete no hace que desaparezca el cazador. De la misma manera, evitar conocer lo que sucede en el mundo no hace que los problemas desaparezcan o se solucionen. Pero también es cierto aquello otro de ¿para qué cargarse de cosas negativas cuando no puedes arreglarlas?
Así que nos encontramos en un dilema complicado, ¿escucho las noticias aunque me duelan, o hago oídos sordos y no quiero saber nada para evitar sentirme mal?
Personalmente me parece muy bien que las personas eviten un daño innecesario. Sin embargo, me parece aun mejor que cada uno de nosotros trabajemos para incrementar la capacidad para hacer frente a la adversidad, es decir, la resiliencia, o como se llamaba antes, la capacidad de encajar situaciones difíciles.
Los psicólogos saben que fomentar la evitación nos debilita, y afrontar las adversidades nos fortalece. Personalmente no me parece saludable forzar a las personas a que lleven una carga que no son capaces de soportar, pero si me parece apropiado ayudarlas a fortalecerse lo suficiente como para que puedan llevarla en un futuro.
Mi propuesta, pues, es muy sencilla: evita lo que te dañe y no puedas gestionar en estos momentos, pero acepta el compromiso de buscar la mejor forma de aprender a hacerte cada día más fuerte y mejor encajador.
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