Felicidad, autorrealización y trascendencia

trascendenteCuando le preguntamos a alguna persona que es lo que más desea en la vida, solemos encontramos con respuestas como “lo que yo más quiero es estar bien y que los míos también lo estén”; o “lo que quiero es ser feliz…” o respuestas similares.  Todos los seres humanos queremos ser felices, pero la mayoría de las veces conseguimos más sufrimiento que felicidad. Es evidente que hay algo que no hacemos del todo bien.

Evidentemente, una de las claves del asunto reside en que existen una gran cantidad de maneras diferentes de definir qué es la felicidad, según cada persona. 

Recuerdo que me contaron que el protagonista de una novela, un monje, siendo ya anciano reflexionaba diciendo “…y al final de mi vida me he dado cuenta de que fui feliz, pero de un modo muy diferente al que yo esperaba.” 

Curiosa frase ésta que hace que nos preguntemos, ¿de qué modo imaginamos que seremos felices?, ¿tiene esto algo que ver con lo que ocurre cada día en nuestra vida?

Porque, según parece, si no nos damos cuenta, y si no estamos atentos, la felicidad puede pasarnos tan desapercibida que se nos escape justo delante de nuestras mismas narices. Tal vez porque, como decía Madame Amiel Laperyre “Cuando la felicidad nos sale al paso no lleva nunca el ropaje con el que creíamos encontrarla.” 

Por tanto, una cosa es la felicidad tal cual, y otra bien distinta es aquella que nosotros imaginamos que hemos de experimentar. 

Así que. ¿de qué modo seremos capaces de reconocer la felicidad cuando ésta se presente?

Muchas personas mantienen la creencia de que se sentirán felices cuando alcancen las metas que habían previsto, es decir, cuando la vida les proporcione todo aquello que han deseado. Sin embargo, conocemos numerosos ejemplos que demuestran que la cosa no es tan sencilla, puesto que después de conseguir sus metas, son bastantes los que no se encuentran tan felices como imaginaron en un principio.

A este respecto recuerdo que me llamó mucho la atención una escena de una película cuyo nombre no viene al caso, cuando Catherin Herpburn, en su papel de abuela, le dice a la joven protagonista: “Lo importante no es sólo conseguir lo que se quiere, sino saber sentirse a gusto cuando se ha conseguido”.

Así que, por un lado, hemos de aprender a reconocer la felicidad, y, por otro lado, hemos de aprender a disfrutar de aquello que conseguimos. 

Pero para muchos, ambas propuestas, no les resultan nada sencillas de materializar. Tal vez sea por esa dificultad por lo que he encontrado personas que no tienen la capacidad de reconocerse felizmente aunque tengan innumerables oportunidades para ello. Y también me he encontrado con otros tantos quienes, tras conseguir diversas metas, seguían sintiéndose tan vacíos e insatisfechos como antes.

¿Qué hacer al respecto?

¿Y si fuese que buscamos la felicidad donde no se encuentra? ¿Y si sentirse felices no fuese un resultado sino un proceso?

Veamos. 

Si tomamos como cierta la afirmación de que realmente lo que más deseamos es ser feliz, tendríamos que dedicar un tiempo y un esfuerzo a alcanzar tan codiciada meta.

Lo primero sería comenzar por ponernos de acuerdo en qué es lo que llamamos felicidad. Y, aunque cada uno trate de ser feliz a su modo, hay algo básico que es irrenunciable y que deberíamos tener en cuenta para ser exitosos en esta búsqueda. Podríamos resumirlo diciendo que “para alcanzar la felicidad es preciso desarrollar las potencialidades de nuestra propia naturaleza”. 

Esto es algo que tiene que ver con el autoconocimiento, porque según parece, no hay felicidad verdadera si no te conoces suficientemente a ti mismo, pero también tiene que ver con saber descifrar el sentido de nuestra vida y conectar con la dimensión trascendente del ser.

Por tanto, estamos diciendo que autorrealización, trascendencia y felicidad, se encuentran íntimamente relacionados.

Para muchos, el hecho de empezar a percibirse como un ser trascendente y autorrealizado va a ser, sin duda, uno de los descubrimientos más importantes de su existencia, y el fundamento principal de una vida armónica y feliz.

Pero, ¿cuáles son las características de un ser humano autorrealizado?

Dichas características fueron estudiadas y detalladas hace algún tiempo por Abraham Maslow, considerado el padre de la Psicología Humanista, y las enumeró en el siguiente listado:

SER HUMANO AUTORREALIZADO.- Posee las siguientes características:

1.- Percepción superior de la realidad

2.- Una mayor aceptación de uno mismo de los demás y de la naturaleza

3.- Una mayor espontaneidad

4.- Una mayor capacidad de enfoque correcto de los problemas.

5.- Una mayor  independencia y deseo de intimidad

6.- Una mayor autonomía y resistencia a la indoctrinación

7.- Una mayor frescura de apreciación y riqueza de reacción emocional.

8.- Una mayor frecuencia de experiencias superiores

9.- Una mayor identificación con la especie humana

10.-Un cambio (mejoramiento) en las relaciones interpersonales

11.-Una estructura caracterológica más democrática

12.-Una mayor creatividad

13.-Algunos cambios en la escala de valores propia.

 

Pero, como apunté anteriormente, para transitar el camino hacia la autorrealización necesitaremos conectar también con lo que llamamos trascendencia. 

A partir de dicha conexión es cuando comenzamos a abrirnos al campo de la espiritualidad, entendiendo que la espiritualidad es una cosa y la religión otra. Por tanto, cuando mencionamos la palabra espiritualidad no nos estamos refiriendo a la práctica o la creencia de una determinada religión, cualquiera que ésta sea, sino que estamos refiriéndonos a la esencia íntima y no material del ser humano, aquello que nos conecta con el Misterio que nos trasciende y con el Aliento Amoroso que sustenta toda vida. Es más una experiencia que una definición, porque no existen palabras que puedan definir lo Absoluto. 

Es por ello que, según entiendo, una de las cosas que es necesario incorporar en todo aprendizaje que se oriente a hacernos más felices es, precisamente, la conexión con la dimensión trascendente del ser humano. 

El sentido de la trascendencia es sinónimo de tratar de ir más allá de nosotros mismos, ir más allá de las propias estructuras biológicas que nos sustentan, para realizar el paso específicamente humano de saltar desde lo biológico y material hacia la dimensión espiritual del ser. 

Y esto debería tener para todos nosotros importantes implicaciones. Por ejemplo. en el campo de la salud, ya que si consideramos que el ser humano es, en esencia, un ser trascendente, cualquier terapéutica que se le aplique debiera incluir también dicha noción de trascendencia.  

Por eso, sanar a una persona no es una especie de “cualificada veterinaria de un primate que habla”, sino algo totalmente distinto. 

He de decir que a mi me interesa la terapia del ser humano como ser trascendente, y esto incluye un proceso de autodescubrimiento y autoconocimiento en el que trataremos de unir «aquello que se percibe como separado», que no es más que la superación de la aparente dualidad cuerpo-mente, o nuestros distintos egos, o las diferentes subpersonálidades, como han venido llamándose en distintas escuelas psicoterapeúticas. 

Mantengo la convicción de que llevar a cabo la acción de “re-ligar” al ser humano consigo mismo, con los demás y con el cosmos, pudiera ser el camino que nos ayudase a estar más felices y vivir con mayor plenitud. 

 

 

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