En la medida que los conocimientos médicos se van desarrollando y la tecnología aplicada se sofistica cada vez más, la medicina va adquiriendo un mayor grado de desarrollo técnico-científico, que la mayor parte de las veces supera con mucho lo que éramos capaces de imaginar hace no demasiado tiempo.
Todo ello supone un gran beneficio para la humanidad en general, y más concretamente para los pacientes que pueden acceder a este tipo de medicina, pero en muchas ocasiones aparece la sensación de que, al mismo tiempo que ganamos en tecnología y precisión, perdemos en calidez y en otros aspectos más humanos.
La medicina actual, en base a los conocimientos y experiencias científicas, ha desarrollado una serie de protocolos buscando una mayor efectividad en sus procedimientos y en la toma de decisiones, de tal manera que podemos afirmar que la medicina científica actual se encuentra altamente protocolizada.
Se estructuran algoritmos médicos de intervención y decisión, de tal manera que todo el mundo sabe que detrás de que suceda A hay que hacer B y posteriormente C, independientemente de las individualidades de cada paciente y de sus circunstancias. Es lo que toca, “según el protocolo” se suele decir a los pacientes, – pero que me aportará- preguntan algunos – no mucho- responden los médicos a veces, -pero es lo que dice el protocolo que hay que hacer-.
El famoso aforismo “no hay enfermedades sino enfermos”, aunque se siga repitiendo en las facultades de medicina, hace mucho tiempo ya que quedó olvidado, ensombrecido por la cegadora fuerza de los protocolos establecidos.
Personalmente no tengo nada en contra de la existencia de los mencionados protocolos. Es más, me parecen bastante útiles. Pero sí que soy poco partidario de obrar con rigideces preconcebidas, y también soy poco partidario de que perdamos de vista algunas de las circunstancias que hacen que cada paciente y cada proceso sea único.
Tal vez por eso, el gran Hipócrates hablaba del “Arte” para referirse a la medicina. Los latinos acuñaron el término de “Ars Médica”, también para referirse a ella. Pero hoy día, cuando mencionamos cualquier actividad médica, solemos hablar de ciencia.
Y decimos bien, porque la medicina ha de aspirar a ser una ciencia lo más precisa posible. Así, como toda disciplina científica, requerirá de una metodología apropiada que permita la verificación o rechazo de los diferentes supuestos y teorías mediante la realización de estudios serios y rigurosos. Hasta ahí, todos de acuerdo. Pero, entonces ¿dónde queda el arte médico?
¿Es la medicina sólo una ciencia? ¿Es también un arte, como decían los hipocráticos? ¿No será ambas cosas a la vez?
Si el médico, cegado por el resplandor de la ciencia, renuncia a ser un artista, habrá perdido parte de la esencia definitoria de la profesión.
Recordemos, ahora, que existe una curiosa palabra que nos puede ilustrar en este asunto, la palabra “artesano”. Me parece bastante apropiada para esta reflexión, porque un médico ha de parecerse a un artesano, es decir, practicar el “arte de la salud” o dicho de otro modo llevar a cabo el “arte-sano”.
Al mismo tiempo, ha de parecerse también a un artesano por aquello de no tratar a sus pacientes en serie, a todos por igual como si fuese el modo “industrial”. Así, de la misma forma que cada vasija en manos del alfarero ha de ser única, o cada cuadro en las manos del pintor ha de ser una obra original, del mismo modo, cada paciente, he de ser contemplado a la luz de su propia individualidad y de la específica peculiaridad que le sea propia.
Este enfoque nos llevará a trascender la tendencia a aplicar cualquier protocolo de forma rígida y cerrada, beneficiándose no sólo el paciente sino también el mismo profesional.
Llegado a este punto, me viene a la memoria la frase que en el momento de separarnos me dirigió la persona a quien considero mi “maestro” en homeopatía, el Dr. Francisco Criollo. Después de cuatro años de estudio y trabajo intensivo bajo su dirección, se despidió diciendo, -usted ya tiene el conocimiento suficiente, la ciencia. Ahora, cuando trate a cada paciente, olvídese de ella y haga florecer su arte”.
¡Ojalá que la ciencia médica no pierda nuca el enfoque del ser el “arte de la curación”!