El agradecimiento

¿Qué sería nuestra vida si tuviésemos la costumbre de agradecer lo que otras personas hacen o han hecho por nosotros? Pues creo que bastante mejor de lo que sería sin hacerlo. Porque practicar el agradecimiento es un acto que beneficia tanto a quien lo realiza como a quien lo recibe. Tal es así que, si fuésemos conscientes de sus beneficios, no dudaríamos en practicarlo con más frecuencia.

El asunto es que en una sociedad como la nuestra, una sociedad de e la que nos sentimos ciudadanos de derecho, donde sentimos que si recibe algo es porque lo hemos pagado previamente o, simplemente, es porque así lo merecemos, es poco dada a mostrar agradecimiento, excepto en ocasiones especialmente extraordinarias, y no siempre.

He escuchado cosas tales como que nada hay que agradecer al docente que enseña a nuestros hijos puesto que para eso cobra. De hecho, en estos últimos meses se ha abierto una polémica sobre si es conveniente o no regalar algo a los profesores a final de curso. Esto me parece del todo absurdo, ya que no entiendo que haya que legislar o someter a un acuerdo o a una votación grupal a quien se ha de regalar o no cuando a una persona le dé la gana hacerlo. Sería tan tonto como decir que no podemos hacerle un regalo a la señora que nos ayuda en casa porque ya cobra por limpiar. 

Todo esto viene a cuento de lo que he empezado a comentar, el agradecimiento. Y es que hace unos días recibí uno de los más bonitos regalos que he tenido el placer de vivir y disfrutar en todos mis años de profesión. 

Resumiré mucho el asunto. En un hueco entre paciente y paciente (ya que la persona que estaba citada a esa hora no había llegado aun), me dice la secretaria que hay alguien que quiere hablar conmigo. Le digo que pase, y me encuentro a una mujer conocida con signos de haber sufrido un fuerte accidente. Le pregunto al respecto y me comenta que, efectivamente, ella y su marido han tenido un grave accidente de coche, pero que ese no es el motivo por el que quiere hablar conmigo. El asunto es que, tras el fuerte impacto que sufrieron, hubo unos momentos críticos en los que envuelta en sangre pensaba que iba a morir en breve. Fue en ese instante en el que sintió de pronto que no le había dado las gracias a algunas personas que habían sido significativas en su vida, y que iba a dejar este mundo sin haber agradecido lo que hicieron por ella en un determinado momento. Me dijo, bastante emocionada, que yo era una de esas personas, y que ese era el motivo de la imprevista visita.

Pueden imaginar el tono emocional que adquirió la charla. Para mí, fue un momento vital inolvidable, ya que alguien, en el punto más crucial de su existencia, ese momento en el que parece que va a abandonar este mundo, te tiene en su cabeza y, sobre todo, en su corazón, con el más profundo y sincero cariño y agradecimiento. 

Cuando lo conté en casa quedaron impresionados, y días después sigo saboreando dicho momento con profunda emoción. Confieso que todavía no sé muy bien qué es lo que hice para merecer tan sincero agradecimiento, pero he de decir que por momentos como este que describo vale la pena soportar todo el cúmulo de sinsabores, reveses y dificultades que entraña una profesión como la mía.

Me he permitido no desvelar el nombre de la persona porque me gusta preservar una cierta intimidad, aunque me ha autorizado a hacerlo. Quiero que sepa que llevaré ese instante en mi corazón hasta el final de mis días.

Gracias infinitas por hacerme tan feliz y dar sentido a mi trabajo.

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