Comida rápida, comida lenta

A pesar de los avances sanitarios de los que disponemos hoy día, el ritmo de vida acelerado en el que vivimos las sociedades occidentales ha traído consigo numerosos problemas de salud. Y no sólo me estoy refiriendo a toda aquella patología física y mental relacionada con el estrés, sino que este estilo de vida ha contribuido de manera alarmante a la implantación de la llamada “comida rápida” o “Fast Food”. En nuestro medio estamos hablando de las hamburguesas, perritos calientes, nuggets de pollo, alitas de pollo, tacos, shawarma, congelados listos para freír, etc. Algunos nutricionistas  han denominado a esta forma de alimentación como “comida basura”.

Comer este tipo de productos de vez en cuando puede no tener demasiada importancia, pero se ha demostrado que el consumo frecuente de dicha comida generan importantes problemas para la salud como por ejemplo el incremento del riesgo de hipertensión, resistencia a la insulina, obesidad, síndrome metabólico, dislipemias, problemas digestivos, etc.

Las compañías que producen estos alimentos se afanan en demostrar que son saludables pero la realidad nos muestra otra cosa bien distinta. Estos productos suelen ser altos en grasas saturadas que le confieren una alta densidad energética. Además es frecuente un exceso de frituras, de salsas, una elevada cantidad de hidratos de carbono y poca fibra, así como un elevado nivel de sodio y de potenciadores del sabor como el glutamato monosódico (E-621) y otros muchos aditivos alimentarios, que junto los azúcares generan una cierta adicción hacia el producto (cosa bastante rentable para quienes los fabrican). Normalmente, este tipo de comidas se suele ofrecer junto con refrescos azucarados, lo cual aumenta la ingesta calórica e hidrocarbonada. 

Hay quien cree que el consumidor tipo son los adolescentes, sin embargo, por motivos diversos, muchas familias van adoptando cada vez más este patrón alimenticio en perjuicio de la comida más saludable cocinada en casa. Incluso a veces se plantea como un premio gastronómico o un recurso fácil cuando estamos cansados y no queremos cocinar.

Frente a esta tendencia surgió en 1989 el movimiento Slow Food que tiene entre sus objetivos la preservación de las tradiciones culinarias locales. También propone comer con atención y apreciando los diferentes componentes del plato, así como la calidad y procedencia de las diferentes materias primas y la forma en la que los productos son cocinados.

Obviamente,  comer al estilo Slow Food parece bastante más saludable que la Fast Food, pero requiere un ingrediente que no siempre se encuentra disponible. Y no me refiero a ingredientes culinarios, sino a la motivación profunda de cada persona de cuidar su salud y dedicar el tiempo y el esfuerzo necesario para dichos cuidados.

Recuerda que, como suelo decirle a algunos de mis pacientes, si usted no dispone del tiempo necesario para cuidar su salud, ya puede imaginar el resultado.

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