Más tarde que pronto llegaron por fin los fríos propios de esta época otoñal, y pronto nos visitará un nuevo invierno que habrá de acentuar, aún un poco más, las gélidas temperaturas que se han alcanzado en algunos lugares durante estos últimos días.
Casi sin darnos cuenta, y hablo por mí, vamos acabando el año con la esperanza de que el próximo 2014 se comporte con nosotros un poco mejor de lo que lo ha estado haciendo su predecesor 2013.
He escuchado que dicen que ocurrirá eso, que 2014 será mejor, pero como nos han mentido tantas veces, ha habido tantos “brotes verdes” fallidos y tantas “luces al final del túnel” que luego no fueron más que meros espejismos, resulta difícil creerse algo de modo convincente en lo que al futuro económico se refiere.
Y es que, ya lo he comentado otras veces, la economía y la meteorología son maravillosas disciplinas que te explican lo que sucedió en el pasado, pero son bastante menos rigurosas y certeras en lo que se refiere a realizar predicciones hacia el futuro, sobre todo cuando los datos los manejan los políticos, especialistas en camuflar la realidad para que ésta se adapte a sus conveniencias.
No obstante, algunos insisten en que 2014 será el año de la recuperación de la crisis, pero lo que no me queda muy claro del todo es “¿de la recuperación para quién?” ¿Tal vez para quienes ya tienen mucho, para que así puedan incrementar su capital un poco más?
Me temo que será más raro constatar un cambio de tendencia que permita que quienes van más apurados puedan darse el respiro que se merecen. No obstante, quiero suponer que no hay que perder la esperanza y seguir trabajando para ello.
Sea como fuere, lo realmente indiscutible es que ha llegado Diciembre, un mes bastante peculiar desde su comienzo hasta su final.
Y digo esto porque nada más comenzar, a los pocos días de su inicio, tenemos uno de los puentes más largos y esperados del año, y que, además, esta vez coincide de una de las mejores maneras posibles para quienes gustan de hacer viajes o necesitan disponer de unos días libres para asuntos personales o familiares, ya que este año nos coge de jueves a martes.
Siguiendo el mes, más tarde, llegarán los días festivos de Noche Buena, Navidad y Fin de año, con todo lo que ello implica: fiestas, vacaciones, viajes, reuniones, etc.
Pero además, diciembre, es un momento de cambio estacional. Oficialmente comienza el invierno, independientemente de lo que digan las temperaturas, que como hemos podido comprobar últimamente andan un poco locas, cambiando del calor al frío y viceversa de un modo súbito y poco normal.
En el hemisferio norte pasaremos del otoño al invierno a partir del solsticio de invierno que astronómicamente sucede en el espacio comprendido entre el 20 y el 23 de diciembre, momento del año en el que la noche alcanzará su máxima duración y el día la menor.
Es justo a partir de ese momento, cuando la luz comienza a ganarle terreno a las tinieblas, para igualarse en la primavera y llegar a su máximo en el verano, manteniendo ese perpetuo y cíclico movimiento de los cambios estacionales.
Por eso, a partir del solsticio de invierno podríamos decir que es el momento justo en el que podemos percibir el triunfo de la luz sobre la oscuridad, acontecimiento éste que ya venía celebrándose desde la más remota antigüedad, y que quedó señalado en el calendario por la realización de diferentes celebraciones y rituales, desde los más antiguos de tipo chamánico, pasando por los de carácter druídico en las culturas céltica y germánica, hasta los más recientes en el Imperio Romano con las fiestas del Sol Invicto.
En nuestra cultura, la llegada de la luz al mundo y la victoria de ésta sobre la oscuridad, se ha venido representando mediante la celebración de la Navidad. Como sabemos, allá por el siglo III de nuestra era, se eligió la fecha del 25 de diciembre como momento para la celebración del nacimiento de Jesús con la intención de cristianizar las más antiguas celebraciones paganas, haciéndolas coincidir con el nacimiento del Niño Dios.
Estos aspectos históricos no merman la importancia real de estos días, sino que, muy al contrario, la resaltan y destacan, haciendo de la Navidad un acontecimiento cósmico que trasciende el tiempo y las culturas.
Para celebrarlo, en estas fechas, las calles y los hogares se visten de fiesta, de luces y de adornos navideños, se pueden escuchar villancicos por muchos lugares, y los comercios, los que todavía quedan después de la crisis, se dispondrán de la mejor manera posible para aprovechar este último tirón comercial y procurar vender todo lo que puedan en estos días, intentando compensar así un año no demasiado bueno para la mayoría de ellos. Tal vez, para algunos constituya el último intento de salvar la temporada.
También, tradicionalmente, es propio del mes de diciembre que las empresas de todo tipo promuevan con sus empleados una comida grupal en la que, disfrutando de un ambiente distendido y lúdico, se estrechen lazos y sirvan como punto de encuentro y celebración. Estas reuniones festivas suelen aprovecharse, además, para felicitar, para agradecer y como una forma de consolidar la sensación de grupo y desarrollar una motivación que incentive el deseo de superación de cara al futuro.
Pero en estos últimos años, según me han comentado, parece que la cosa ha aflojado un poco, bien porque algunas empresas, literalmente, han desaparecido, o bien porque las que quedan disponen de menos recursos económicos para este tipo de celebraciones.
No puedo dejar de señalar que me gusta disfrutar de lo que la vida me va ofreciendo, y diciembre siempre me ha proporcionado muchas oportunidades para ello. Podría decirse que diciembre es un mes generoso para quienes buscan oportunidades en lo que se refiere a retomar las amistades y los encuentros. Pero quiero matizar, en mi opinión, para disfrutar de la vida no son necesarias grandes cosas materiales, ni deslumbrantes o complicados eventos sociales, tal vez lo más importante sea la compañía de quienes te rodean y la disposición interior de cada cual a elegir ser feliz con lo que se tiene.
Tal vez por eso, muchas veces, una modesta infusión con unos buenos amigos, o una simple tarde de charla hogareña con personas queridas, sin más, sea algo que en otros momentos del año cuesta más trabajo realizar por falta de tiempo y que, sin embargo, diciembre con sus fiestas nos permite llevar a cabo.
Pero diciembre es, también, el mes de los nostálgicos. El mes de aquellos que eligieron vivir en el pasado más que en el presente. De quienes se enfocan más en quienes les faltan que en quienes le quedan. De quienes que un mes antes andan diciendo aquello de “a mi es que la Navidad me sienta muy mal”.
Y digo esto desde la experiencia, porque a esta altura de mi vida he de decir que son muchas las ausencias. Faltan mis padres, dos de mis hermanos, la madre de dos de mis hijos y un sin fin de personas muy queridas que, aunque no se encuentran físicamente a mi lado, nunca se fueron del todo de mi corazón.
Así que puedo hablar con total propiedad de cómo gestionar las ausencias. Y mi elección es clara, ya que elijo habitar en el presente, siendo consciente de lo que tengo en estos momentos y de lo que la vida me regala a cada instante, al tiempo que recuerdo con cariño a las personas que se fueron y doy gracias por el tiempo que me fue dado compartir con ellos.
Otros seguramente elegirán un camino diferente y otra manera de ver la vida, ¡somos tan distintos!. Si les va bien, será apropiado que lo sigan, pero si les hace sufrir más de lo necesario ¿por qué continuar fomentándolo?
Pero además de todo lo anterior, diciembre es también el mes de los regalos. Y he de decir que me gustan los regalos, tanto regalar como que me regalen. Por eso quizás me gusta tanto este mes, ya que en estos días es bastante frecuente el intercambio de presentes incluso a veces por parte de quienes menos te lo esperas.
Tradicionalmente, mucha gente elige diciembre para tener algún tipo de detalle con otras personas que han sido significativas a lo largo del año, sobre todo como muestra de cariño y agradecimiento. En este momento me acuerdo de la anécdota de un compañero, que cuando sus pacientes le decían “Ay, no sé cómo agradecérselo”, él le contestaba medio en broma medio en serio, “pues acuérdese de mí en Navidad”. Desconozco si le hacían caso o no, pero el detalle me resulta jocoso.
Así que, como dije antes, no cabe duda de que diciembre es un mes peculiar en muchos aspectos. Un mes en el que se suele comer y beber más de lo habitual, incluso los más comedidos tiene sus extras.
Tengo pacientes que cuando vuelven en enero con unos kilos de más, me dicen como extrañados, “¿qué raro?, a mí que no me gustan los dulces de Navidad”. Pero claro, no tienen en cuenta de que además de dulces de Navidad hay otros muchos tipos de comidas y bebidas (jamón, embutidos, quesos, vinos, champán, etc.), aunque a ellos les parezca que sólo engordan los turrones, la verdad es que solemos comer más de lo habitual.
Otros comentan “¿no sé cómo he engordado, ya ves, sólo comí un mantecado…?” Me imagino entonces al paciente sentado en la mesa frente a un único mantecado de 2-3 kg de peso, puesto que eso es lo que ha aumentado en la báscula. Y es que el que no se consuela es porque no quiere.
Finalmente, me viene a la cabeza una reflexión algo más “científica”, y es que las ciencias psicológicas nos han enseñado que no percibimos el mundo de una forma objetiva, tal cual es, sino que lo vemos a través de una mirada, la nuestra, que es participante y que captamos la realidad según nuestro modelo y nuestra propia manera de concebir el mundo.
Por eso, cuando contemplo (y aquí encaja muy apropiadamente la palabra contemplar en todas sus dimensiones) un Belén (El Misterio que dicen algunos) con sus figuras de barro, no percibo una representación escultórica más o menos edulcorada de un acontecimiento especial de hace dos mil años, y que es patrimonio exclusivo de una religión en concreto, sino que siento que estoy admirando un regalo para toda la humanidad, una forma simbólica de expresar el amor, la humildad, la fe y la esperanza; una buena noticia, un regalo de la luz que, como el sol en el solsticio, viene a iluminar nuestras tinieblas y a guiar nuestros pasos por el camino de la paz.
Espero que, a pesar de todas las eventualidades, y a veces sinsabores de cada día, podamos disfrutar lo más posible de este mes con el que acaba el año.
¡Feliz diciembre y Feliz Navidad!