El árbol como metáfora

El árbol como metáfora

arbol como metaforaUn símbolo se caracteriza por remitirnos a distintos tipos de significaciones y realidades más allá de su mera apariencia externa.

Una de las figuras simbólicas más antiguas y potentes que existe en nuestro medio cultural es la del árbol. Esta imagen ha sido utilizada desde tiempos inmemoriales para representar aspectos especialmente profundos de nuestra vida, lo cual, en definitiva, como se dijo al principio, es la función de todo símbolo.

Son muchas las culturas que sustentan la creencia de que el mundo fue formado a partir de un eje central, un árbol sagrado que sostenía los cielos.  Así, es posible encontrar relatos míticos de diferentes árboles sagrados, como el caso de Yggdrasil, el árbol sagrado de los germanos septentrionales; o también la ceiba, el de los mayas; o la encina para los celtas, etc.

En muchas y diferentes civilizaciones ha habido árboles que han sido venerados como sagrados, como por ejemplo en algunos lugares de Asia se rinde culto respetuoso al árbol del Bodhi, bajo el cual Buda alcanzó la iluminación.

Los árboles parecen encontrarse fuera del tiempo, y su larga vida les confiere una especial energía y majestuosidad. La imagen del árbol, pues, nos transmite solidez y estabilidad. Un árbol puede darnos frutos, leña, sombra… También puede acoger a las criaturas proporcionándoles cobijo y protección. Sostiene y aguanta a la propia tierra impidiendo la erosión, de tal manera que, un árbol, es algo muy beneficioso para el lugar en el que se asienta.

Si aceptamos esta imagen del árbol como una rica metáfora para la vida, nos daremos cuenta de que es posible describir nuestra propia naturaleza como si de un árbol se tratara, ya que se puede representar con bastante acierto no sólo los aspectos corporales o físicos,  sino también los aspectos psicológicos y espirituales del ser humano.

El árbol dirige sus raíces hacia la tierra y eleva sus ramas hacia el cielo, lo cual constituye una adecuada metáfora del mismo ser humano, un ser situado entre los dos mundos, el terrenal y el celeste.

Si nos fijamos en el aspecto corporal, los pies vendrían a ser como las raíces que nos sustentan y sobre las que se levanta el resto del edificio, nuestra corporalidad. Pero también, podríamos decir que las raíces del ser humano, a otro nivel más profundo, se encuentran ubicadas en nuestro Espacio Interior, en nuestro Mundo Interior, en ese núcleo del Ser que constituye la esencia profunda que nutre nuestro modo de estar en el mundo.

Siguiendo el paralelismo, diríamos que el tronco simboliza el cuerpo, y de él saldrán las ramas, nuestros brazos capaces de actuar y modificar el mundo. Un ser humano en posición vertical y con los brazos extendidos hacia el cielo, parece reclamar el encuentro con el universo y con los otros seres humanos, la búsqueda de la grupeidad y de la trascendencia a la vez.

Finalmente, diríamos que los frutos del árbol son comparables a nuestras acciones concretas en el mundo, aquellas transformaciones de nuestro medio que derivarán de la calidad o no de nuestros propios actos. Tal vez en este punto sea conveniente recordar que los frutos del árbol no son sólo para sí, sino que están destinados a beneficiar a otros muchos seres, de la misma forma que nuestras acciones debieran dejar tras de sí un mundo mejor que el que encontramos.

Así que, si hemos comprendido bien la metáfora del árbol, sería bueno preguntarse en algún momento qué significa eso de que una vida sea apropiadamente fructífera.

¿Estamos dando los frutos que hemos venido a dar y que nuestro mundo necesita de nosotros?

Me gustaría finalizar con una cita  de B.S. Rajneesh que leí hace tiempo y que creo que encaja en todo lo comentado anteriormente:

“Si una vida pudiese ser como ese árbol, extendiendo ampliamente sus ramas de modo que todos pudiesen guarecerse bajo su sombra, entonces podríamos comprender lo que es el amor. No hay escrituras, mapas o diccionarios para el amor”. 

 

Editorial de septiembre de 2013

Editorial de septiembre de 2013

septiembreMuchas y diferentes cosas nos trae septiembre. Hay quienes dicen que los atardeceres más bellos. Otros menos poéticos dirán que un montón de problemas: madrugones, vuelta al trabajo, al cole, comprar libros, uniformes, ajustar horarios…etc.

Respecto a los atardeceres, hasta donde he podido comprobar, algo de cierto hay en ello. Rojos, violáceos, anaranjados y azules, juegan con el blanco de las nubes para formar sobrecogedores colores que cualquier pintor quisiera tener para sí en su paleta.

Aunque, en honor a la verdad, repasando en mi memoria otros atardeceres vividos, si tuviese que decidirme por alguno de ellos para elegir los que me resultasen más evocadores, no sabría muy bien con cuales quedarme. Cada uno tuvo su propia belleza y en su día me aportaron la magia de un momento o un lugar especial e irrepetible.

Pero como dije antes, septiembre, para la mayoría de las personas y actividades, también marca el reinicio de ritmo habitual que estará presente en nuestras vidas hasta las nuevas vacaciones del próximo año, asunto este con el que muchas personas han comenzado ya a fantasear y a preparar sus, todavía lejanos, planes.

Ya han pasado algunos días tras las últimas vacaciones del verano, gratificantes, reparadoras, llenas de anécdotas y siempre más cortas de lo que apetece. No obstante, en estos difíciles momentos, se agradece sobremanera el hecho de que haya esperándote un trabajo al que regresar, cosa que por desgracia muchas personas que no pueden tener todavía.

En estos días, poco a poco, vamos notando también un manifiesto y paulatino cambio en las condiciones climáticas, un cierto y agradable frescor que nos aleja de la ardiente torridez propia del pleno verano, y nos anuncia un próximo cambio de estación que en pocos días se hará presente.

Septiembre es una especie de mes bisagra con un pie en el verano y otro en el otoño. Tal vez por eso, unos años septiembre veranea y otros “otoñea”, es decir, en ocasiones parece una prolongación del mes de agosto, mientras que otras veces refresca de tal manera que no tiene nada que envidiarle a otros meses más fríos.

Tal vez por eso la Medicina Tradicional China atribuyó a este momento especial del año un elemento propio, el elemento Tierra, que expresa la energía que aparece en el momento del estío o verano tardío, también llamada “la quinta estación”. Hay quienes dicen que este tipo de energía aparece también en todo tipo de cambio entre estaciones, y no sólo en el paso de verano a otoño.

Sea como fuere, el elemento tierra representa una energía densa, una energía de estabilización, tendente a la reflexión y a una actitud mental equilibrada y estable, aunque si dicha energía se pervierte por cualquier causa, puede dar lugar al exceso de preocupaciones y a la obsesividad.

Es un momento de abundantes cosechas y, por tanto, de celebración y agradecimiento por los frutos recogidos, lo cual se manifestará en distintos ritos festivos por los diferentes pueblos con relevancia agrícola.

El Elemento Tierra constituye un punto central central que nos remite al sitio o lugar desde donde realizamos la observación de la realidad, es decir, desde dónde creamos nuestra particular perspectiva y, desde ahí, nuestra personal interpretación respecto a aquello que observamos. Es el punto de referencia y, de algún modo, también nuestro propio centro.

Además, por analogía, este elemento nos hace pensar en las raíces de un árbol que se hunden en la tierra, tanto para sostenerlo como para nutrirlo. Y eso nos lleva a preguntarnos a propósito de nuestras propias raíces, de aquello que nos  sostiene y nos nutre. ¿Son suficientemente sólidas y fuertes? Estar bien enraizados nos aportará los nutrientes necesarios para ocupar nuestro lugar en el universo y ser capaces de llevar a cabo nuestra misión en el mundo.

Porque si las raíces son de calidad, podremos mantenernos estables en los momentos de perturbación. Pero si no lo son, ni podremos dar los frutos que debiéramos, ni tampoco hacer frente de un modo suficientemente apropiado a aquellas adversidades que se  nos presenten.

Estos días de septiembre nos ofrecen, pues, la oportunidad de poder reflexionar sobre estos asuntos, para que de ese modo podamos llegar a nuestras propias conclusiones y modificar aquello que haya de ser cambiado.

Este mes sirve también como punto de partida. Porque, con mucha frecuencia, nos planteamos el año como un curso escolar y no como un año natural. Así, septiembre, constituye el comienzo de un nuevo curso, tanto en el ámbito académico como, al menos en mi caso, en lo profesional.

Yo suelo hacer planes a partir de septiembre, como si de una especie de año nuevo se tratase. Y me descubro pensando cosas del tipo de “para este año voy a hacer…”

Por eso, nuevos proyectos rondan mi mente, unos verán la luz y otros tendrán que esperar, pero me siento feliz de que después de más de treinta años en mi profesión, puede todavía seguir teniendo ilusiones y ganas de continuar avanzando por la senda del desarrollo humano.

Espero y deseo gozar de la salud suficiente y las fuerzas necesarias para ser exitoso en dichos planes, aunque si tomo como referencia la experiencia de años anteriores, habré de admitir que unos proyectos se cumplirán y otros, posiblemente, no. Al fin y al cabo así es como funciona la vida, unas veces la cosas salen de un modo y otras de otro. La clave del asunto radica en que, suceda lo que suceda, seamos capaces de gestionarlo lo mejor posible, tanto para nuestro propio desarrollo como para mejorar el medio que nos rodea.

¡Curioso mes, este, que oscila entre la nostalgia de las pasadas vacaciones y la ilusión por los nuevos propósitos!

Albergo la esperanza de que aquello que hemos vivido hasta ahora nos aporte la experiencia necesaria como para hacer frente  a los nuevos retos y afanes de cada día, y que el impulso de los nuevos planes propios de estas fechas puedan, a través del esfuerzo y la constancia, llegar a buen puerto.

¡Feliz septiembre!